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En psicología está acuñado el término síndrome de fatiga por exceso de información que genera en el receptor un elevado nivel de estrés para intentar acumular toda la información que le llega por los múltiples canales disponibles, y que lejos de clarificar su posición puede generar miedo e inseguridad, y en algunos casos parálisis de la capacidad analítica, pudiendo conducir a conclusiones distorsionadas. Puede aplicarse la definición a la situación que estamos viviendo con la pandemia, en la que nuestros gobernantes están confundiendo la deseable transparencia con una sobrecarga informativa que a la larga genera desinformación. Y si al menos existiera una mínima coordinación en los mensajes podría entenderse, pero lo grave es que se lanzan informaciones que luego se matizan, se aplazan o simplemente se contradicen, provocando desinformación que complica la asunción de las normas que finalmente se dictan y genera una confusión que multiplica la desconfianza hacia los políticos. Cada mañana nos despertamos con entrevistas en diferentes medios de consellers o altos cargos que no siempre coinciden y que van lanzando globos sonda o ideas personales sin que al final el ciudadano sepa a que atenerse. Yendo a los hechos, la semana pasada vimos como el Gobierno y las autonomías sostenían un tira y afloja sobre el estado de alarma por ver quién asumía la responsabilidad, aquí la consellera de Salud se mostraba reacia al toque de queda que su gobierno pedía horas después, el lunes se especulaba también desde instancias de la Generalitat con el confinamiento de fines de semana, el martes se lanzaba la posibilidad de un confinamiento durante quince días, matizado después por las restricciones legales existentes, mientras dos consellers discrepaban sobre la obligatoriedad del teletrabajo, que hace pocas semanas fue regulado por el Gobierno central con una normativa consensuada, ayer se hablaba de la posibilidad de confinamientos perimetrales y restricciones más drásticas en una espiral en que cada día intentan reflejar que toman alguna medida sin esperar a evaluar si las ya adoptadas han sido operativas. Y los ciudadanos no tenemos otra opción que obedecer y en algunos casos quejarnos de la ceremonia de confusión en que vivimos con el coronavirus. Puede entenderse que la única dialéctica posible es la de prueba-error, pero que hablen con una sola voz y con las decisiones consensuadas.

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