EDITORIAL
Sin cultura de coalición
No hay cultura de gobiernos de coalición y aunque la sociedad cada vez lo demanda más con una fragmentación del voto que ha acabado con las mayorías absolutas, las experiencias recientes muestran como los gobiernos con socios diferentes se centran en sus propias estrategias generando tensiones permanentes y olvidando los programas conjuntos pactados. Lo vimos con los dos tripartitos de la Generalitat, que se ganaron merecidamente el calificativo de “Dragon Khan” por las oscilaciones de su gestión y sus relaciones internas y la sensación de que había tres gobiernos en uno, y lo estamos viendo ahora con el de ERC y JxCat, agravado por la falta de un presidente que marque doctrina e imponga un mínimo de disciplina, e incluso salvando las distancias y de momento en menor grado en el gobierno de Madrid, donde el PSOE y Podemos aplican sus propias estrategias y hemos llegado a ver como cada cual busca sus aliados y hasta el minoritario enmienda los presupuestos que teóricamente habían pactado en consejo de ministros. Falta tradición de pacto y sobra cortoplacismo porque tenemos gobernantes más pendientes de los globos sonda y de las reacciones en las redes sociales que de estrategias a medio o largo plazo para resolver el problema. Lo estamos padeciendo en Catalunya con dos socios de gobierno que están más pendientes del 14 de febrero y sobre todo de debilitar al adversario que de afrontar los problemas por serios que sean y así interrumpen una reunión de gobierno por una filtración, son incapaces de poner en marcha conjuntamente un plan de ayudas a los autónomos, se echan los trastos a la cabeza por asumir protagonismo o por culpar a los consellers de otro partido hasta configurar en la percepción ciudadana la imagen de dos gobiernos diferentes enfrascados ya en la campaña electoral. Tras la tormenta del miércoles, ayer prometieron enmendarse, olvidar sus diferencias y hacer piña para resolver los problemas que tenemos. Que así sea porque lo necesita el país, porque si continúan así acabarán pagándolo en las elecciones y porque presumiblemente tendrán que seguir entendiéndose en el gobierno que salga de las urnas, porque está demostrado que se han acabado las mayorías absolutas y que los ciudadanos queremos gobernantes con flexibilidad para pactar programas conjuntos. Es lo que funciona en Europa y aquí tendrán que aprender nuestros políticos si quieren gobernar.