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Al final, después de diez meses de negociaciones y contrarreloj como sucede con estos acuerdos, llegó el día de Nochebuena el complicado pacto, reflejado en 1.246 páginas de textos legales, entre la Unión Europea y el Reino Unido para negociar la primera salida de un estado del proyecto europeo, que debía plasmarse antes del 1 de enero para evitar lo que se había bautizado como un Brexit duro, que hubiera sido nefasto para todos. También salen perdiendo las dos partes con el acuerdo alcanzado porque no deja de ser una ruptura, pero da la impresión de que han salvado los muebles y, a falta de las ratificaciones de las dos partes, que empezaron ayer con la luz verde de la UE y seguirán mañana con la del Reino Unido, que será más criticada hasta por los conservadores, se formaliza ya el proceso de divorcio. Desde la óptica europea puede contemplarse con relativa satisfacción porque al Reino Unido no le ha seguido ningún otro país díscolo y ni los más euroescépticos como Polonia o Hungría se plantean una salida similar, con lo que consideran que se ha salvado la unidad e incluso algunos consideran que prescinden de un socio que no creía en Europa, que no se había sumado al euro y que en muchas ocasiones se había convertido en una rémora. Se ha sido especialmente sensible con la situación irlandesa y, sí, se complicará la circulación de trabajadores y turistas en los dos sentidos, pero donde más quejas se han planteado es desde el Reino Unido con sectores como el de la pesca, que se siente traicionado, y el financiero, que considera que la City perderá influencia al complicarse su acceso a los mercados europeos y tener que negociar un sistema parecido al de Suiza o Japón. Desde el punto de vista leridano, hubiera podido ser mucho peor porque, si no se hubiera llegado a un acuerdo, se impondrían tasas arancelarias a las exportaciones de Lleida que hubieran alcanzado el 42 por ciento para el aceite y el 16 por ciento para la fruta con la consiguiente pérdida de cuota de mercado frente a terceros países. Según las primeras estimaciones, las pérdidas hubieran sido de seis millones para la fruta y algo más para el aceite, que con el acuerdo eludirán pagar aranceles, pero no se librarán del aumento de la burocracia, las certificaciones y los costes para poder exportar al Reino Unido. Algo que ya estaba previsto desde que se aprobó el Brexit, pero que no deja de ser una penalización para las exportaciones.

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