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EDITORIAL

Nueve islas en el mar revuelto de la pandemia

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Casi un año después de haberse confirmado el primer caso de coronavirus en las comarcas de Lleida, nueve municipios de la demarcación han conseguido tener el marcador de afectados a cero. Son Abella de la Conca, Arsèguel, Cava, Els Torms, Esterri de Cardós, Josa i Tuixent, La Molsosa, Tírvia y Tiurana.

Son pueblos pequeños, de menos de 200 habitantes. De hecho, Cava es el municipio leridano con menos población: solo 45 vecinos.

Son islas para la esperanza en el mar revuelto de la pandemia, que ha castigado con crueldad a otras muchas poblaciones. En estos nueve municipios se consideran afortunados, aunque lamentan que se haya aplicado el mismo criterio de restricciones en estas pequeñas poblaciones que en las grandes ciudades, y confían en que la vacuna les permita respirar tranquilos en adelante.

Pero más allá de la anécdota de que haya localidades libres de Covid, lo cierto es que los indicadores mejoran. El riesgo de rebrote en la región sanitaria de Lleida ha descendido casi a la mitad durante el mes de febrero y se ha pasado de los 508 puntos a principios de mes a los 271 actuales, según cifras de Salud.

Además, el número de pacientes en las UCI ha experimentado un descenso similar, de 40 a 21, lo que sin duda es una buena noticia, pero la tasa de contagio ha repuntado y supera de nuevo el 1, por lo que no se puede bajar la guardia. Si algo hemos aprendido este año es que hay que ser prudentes con el manejo de los datos porque el virus nos ha subido a una impredecible montaña rusa.

De ahí que se hayan prorrogado hasta el domingo casi todas las restricciones que limitan la movilidad y los horarios de la hostelería. Hoy se da un poco de oxígeno a los comercios de más de 400 metros, piscinas y gimnasios, pero aún estamos muy lejos de recuperar la normalidad.

En Nueva Zelanda se ha cerrado la ciudad más grande del país, Auckland, por un solo caso de coronavirus. Ha sido la exitosa táctica de la primera ministra, Jacinda Ardern: poner la venda antes de la herida y pararlo todo cuando, realmente, sirve para frenar los contagios.

Aquí se ha optado por otro modelo y a la crisis sanitaria hay que añadir la económica.

Así no, así nunca Ponen los pelos de punta las imágenes del lanzamiento de un cóctel molotov contra un furgón de la Guardia Urbana de Barcelona. En el interior había un agente que escapa como puede saltando del asiento de atrás al del copiloto para poder salir del vehículo, ante la impotencia de sus compañeros.

Son unos segundos que se hacen eternos. El derecho a la protesta no lo puede justificar todo.

El sábado se cruzó una peligrosa línea roja en Barcelona. Amén de los destrozos habituales.

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