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El director del Museu de Lleida, Josep Giralt (a la izquierda), ‘acompañó’ el arte hasta el último momento, hasta la partida del camión.

El director del Museu de Lleida, Josep Giralt (a la izquierda), ‘acompañó’ el arte hasta el último momento, hasta la partida del camión.AMADO FORROLLA

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La vergüenza se ha consumado y 42 de las 111 obras en litigio salieron ayer del Museu de Lleida y ya están en el de Barbastro entre la resignación, la indiferencia o el conformismo de las instituciones leridanas y los responsables del consorcio museístico. Es un día triste para Lleida, que se completará el próximo día 10 con el traslado de las obras pendientes, y que representa el desmantelamiento de un patrimonio cultural conjunto salvado por la diócesis de Lleida y conservado por el Museu, y el fracaso de las administraciones incapaces de llegar en 25 años a un acuerdo para compartir el arte y que se han plegado a la decisión de un juzgado de primera instancia sin agotar los recursos jurídicos, ni aprovechar una posible negociación.

Aunque desde Aragón lo presenten como un regreso, y aquí la misma consellera haya aceptado la falsedad, estas obras nunca han estado en Barbastro: proceden de pueblos de la Franja que formaban parte de la diócesis de Lleida y fueron salvadas de la destrucción o la venta a expoliadores del arte por el obispo Messeguer, y las autoridades aragonesas que han convertido el caso en una batalla política ni siquiera han tenido la decencia de reconocer esta labor que ha permitido que ahora puedan disfrutar de estas obras. Ojalá sirva para que también se preocupen del patrimonio cultural que no estaba depositado en el Museu de Lleida.

Es triste que se rompa de esta manera un patrimonio conjunto y que se devalúe el Museu, pero aún es más penosa la actitud de las instituciones catalanas y leridanas con la peregrina excusa de que no querían repetir las escenas del traslado de las obras de Sijena y que no había nada que hacer. Entonces estaba en vigor el artículo 155 y quien presidía el consorcio, el ministro de Cultura, no quiso recurrir ni oponerse.

Ahora quien ha aceptado la entrega ha sido un consorcio presidido por la consellera de Cultura, que desde el primer momento dio por inevitable la entrega de las obras sin oponer más resistencia que el anuncio de recursos y convocando el traslado antes incluso de que el obispo aceptara la entrega. Triste papel también el de la Iglesia, que consciente o inconscientemente ha provocado la división y el enfrentamiento lavándose las manos a continuación y dejando el problema para que otros intentaran arreglarlo con nulo éxito.

Y triste papel el de la Paeria y la Diputación, miembros del consorcio, que se deben a los ciudadanos leridanos pero han preferido obedecer las consignas de silencio de la consellería, subordinándose ante otros intereses políticos o estratégicos y callar ante el desafuero que representa el traslado para el Museu de Lleida. Queda la sensación de que unos y otros ni han querido ni han sabido defender unas obras que para Lleida forman parte de su historia, pero que preocupan muy poco en Barcelona.

Y el resultado está en el camión que ayer viajó a Barbastro. .

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