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Las últimas 42 obras de la Franja que estaban en el Museu de Lleida, que las restauró y las salvó de la destrucción o la venta, han llegado a Barbastro, donde nunca habían estado y cuyo obispado no había movido un dedo para garantizar su conservación. Queda en el Museu el vacío y en la ciudadanía leridana una sensación de menosprecio y olvido, que no paliaron en absoluto las autoridades que ayer sí acudieron a la despedida convocadas por el Cercle d’Amics del Museu para repetir una vez más que no había alternativas y que seguirán recurriendo hasta instancias europeas.

Tarde, mal y con resignación, porque el traslado es el reflejo de un fracaso colectivo en el que las instituciones leridanas han demostrado sus carencias de liderazgo, las catalanas su falta de sensibilidad y menosprecio hacia el patrimonio histórico de la diócesis leridana y las aragonesas su ambición por apuntarse una victoria política a costa de las estrechas relaciones entre pueblos vecinos, con la Iglesia, que desencadenó el conflicto, lavándose las manos. Lo más triste es que las decisiones, o la falta de ellas, se han tomado en Barcelona y en Zaragoza, donde ni conocen ni han vivido el problema y ni Lleida, ni los pueblos de la Franja de donde proceden las obras han podido decir nada y ahora tienen sus obras en Barbastro, donde no van, si pueden evitarlo, ni siquiera al hospital, mientras que acuden a Lleida a comprar, a hacer negocios, a estudiar, al médico o a divertirse, y donde podían contemplar las obras restauradas y bien conservadas.

Era un fracaso anunciado porque la única estrategia desplegada en Catalunya para mantener la unidad museística ha sido durante los últimos 25 años ir presentando recursos pensando que la resolución del conflicto se podría dilatar eternamente. No ha sido así porque el 155 aceleró el caso de Sigena y ha marcado la entrega de los bienes de la Franja, sea por temor ante los precedentes, por pactos que desconocemos o simplemente porque tienen otras prioridades.

Y cuando hubo posibilidades de alcanzar un consenso, y durante los mandatos de Pasqual Maragall y Marcelino Iglesias, se llegó a un acuerdo firme que contemplaba la propiedad compartida y la exposición itinerante, coincidieron algunos sectores del nacionalismo catalán y el episcopado barbastrense en torpedearlo y hacerlo imposible, porque no favorecía los intereses de unos y porque otros aspiraban a una victoria total que finalmente han conseguido sin ni siquiera agradecer la salvación y conservación de las obras. Las obras ya están en Barbastro sin que haya hecho falta una sentencia firme y por muchos recursos que anuncian parece que el traslado es irreversible.

Han dejado vacío el Museu y habrá que confiar en que, como han prometido, obras del MNAC llenen los huecos, pero lo que no conseguirán es borrar la sensación de que ni han querido ni han sabido defender las obras.

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