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Los resultados no han dejado ninguna duda y la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, ha arrasado en las elecciones de Madrid ganando en todos los distritos y en todos los pueblos, desmontando el bulo de que un incremento de la participación beneficiaría a la izquierda, habitualmente menos movilizada. Ayuso, que hace dos años fue el clavo ardiendo al que se agarró el PP y que quedó a siete diputados del entonces ganador Gabilondo, ha conseguido ahora 35 diputados más de los 30 que tenía hasta sumar más que toda la izquierda junta, de forma que le bastará con la abstención de Vox para mantenerse en la presidencia.

La explicación de esta victoria abrumadora hay que buscarla en que ha sabido transmitir un mensaje populista, con rasgos trumpianos, buscando el enfrentamiento con la Moncloa, aplicando un modelo propio de gestión de la pandemia con bares abiertos y vida normalizada, pero también porque ha sabido transmitir ilusión y optimismo frente a la confusión de Ciudadanos, condenado a la desaparición, la gris campaña del PSOE con Gabilondo recibiendo las patadas dirigidas a Sánchez y a la apuesta personalista de Pablo Iglesias, que le ha permitido salvar los diputados de Podemos a costa de su carrera política. Se puede calificar de simplista el mensaje de Ayuso, pero ha sabido enlazar con una ciudadanía harta de la pandemia, le ha transmitido el mensaje que deseaba escuchar como mandan los cánones del populismo y ha alimentado un madrileñismo diferencial que le ha permitido fagocitar los 26 diputados de Ciudadanos, arrebatarle seis a los socialistas e incluso contener a Vox con un discurso a veces intercambiable.

Por lo que respecta a los perdedores, la derrota de Ciudadanos era más que previsible a la vista de sus bandazos ideológicos y la desaparición en la Asamblea de Madrid corrobora su fracaso en Catalunya y augura una travesía del desierto de final incierto. También los socialistas han salido escaldados porque pierden trece diputados, han sido superados como segunda fuerza por Más Madrid, que, tras una digna campaña, se convierte en la principal oposición y sobre todo porque han visto cómo fracasaba la estrategia que empezó en Murcia para potenciar a Ciudadanos y desgastar al PP y ha acabado justo al revés de como habían previsto, con la fuerza centrista desaparecida y un evidente voto de castigo a Sánchez, cuyos asesores son más culpables del desaguisado que el mismo Gabilondo.

Tampoco Pablo Iglesias ha salvado los muebles con su pirueta de pasar de la vicepresidencia a candidato porque ni ha mejorado sustancialmente, ni ha frenado el triunfo de la derecha y pone fin a su carrera política. Es una muestra de la volatilidad en que vivimos cómo se han diluido los dos nuevos partidos, Cs y Podemos, que en 2015 surgieron para conquistar los cielos y habrá que ver si lo de Madrid es extrapolable al conjunto del Estado.

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