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La política catalana se ha teñido de tantas líneas rojas que parece imposible que ningún partido pueda entenderse con otro, y cada día desayunamos con una ruptura: la de ayer fue de los comunes con ERC porque no vetan la presencia de JxCat en el gobierno, pero arrastramos desde el 14 de febrero el veto a una posible alianza de los socialistas con ERC, una opción que según el CIS es bien vista por una buena parte de catalanes. Entre las fuerzas teóricamente más afines, ERC y JxCat, ya se encargan sus dirigentes de marcar líneas rojas, recordando agravios pasados o exigiendo imponer criterios como si alguno de los dos tuviera mayoría absoluta.

La situación es tan kafkiana que ha tenido que ser la CUP, una fuerza antisistema, la que propicie un acuerdo de mínimos que al menos permite volver al punto de partida y aplazar al menos de momento la perspectiva de nuevas elecciones en pleno mes de julio. Y para redondear el panorama, la ANC convoca una manifestación este fin de semana para reclamar el pacto independentista, y Òmnium celebra un acto en el que advierte de consecuencias irreversibles tras criticar el hipertacticismo de unos y otros.

En medio se han cruzado descalificaciones recíprocas, hasta insultos que pueden hacer complicado un entendimiento futuro e incluso pueden dejar tocado el liderazgo de Aragonès, y los ciudadanos seguimos sin saber a ciencia cierta cuáles son los obstáculos que impiden el entendimiento en lo fundamental: si es el papel de Puigdemont y el Consell per la República, si es el reparto de conselleries o si es la postura ante Madrid, porque aunque tengan estrategias diferentes, algo legítimo y comprensible, no es menos cierto que son los dos partidos que más puntos tienen en común. Y por responsabilidad y servicio al país deberían aparcar sus discrepancias, centrarse en las coincidencias y facilitar la formación de gobierno, sea de coalición o en minoría de ERC, porque ellos mismos han descartado cualquier otra posibilidad y una repetición electoral prolongaría la agonía que llevamos meses padeciendo.

Las cuotas de autónomos El Gobierno ha propuesto que las cuotas que pagan los trabajadores autónomos estén en función de los ingresos reales que tienen, y parece algo lógico y razonable, pero cuando se entra al detalle de los nuevos baremos surge el temor de estar ante una subida.

De hecho, los que ganan menos de 3.000 euros al año tendrán inicialmente una cuota de 200 euros al mes, y aunque luego irán bajando ya han surgido las primeras críticas. No es momento de subir cuotas, y menos en un sector que ha padecido duramente la pandemia y que, además, es decisivo en el tejido económico de nuestras comarcas.

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