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Un emocionado Leo Messi se despidió ayer por la mañana del Barça y su afición, después de que el club informara el pasado jueves de que ya no podía permitirse pagar los altos salarios del argentino, debido a “obstáculos económicos y estructurales”. Es decir, a la alta deuda del club y al límite salarial que impone LaLiga, la patronal de los clubes, que preside Javier Tebas. La comparecencia del astro del balón, al igual que la de Joan Laporta, fue clara y sin metáforas o adornos que disimularan la realidad.

Leo lo ha dado todo por el club al que llegó a los 13 años y con el que ha subido al pódium de los mejores equipos del mundo. Cada euro que las diferentes directivas han invertido en él se ha multiplicado por cuatro en trofeos, espónsores, proyección e imagen. Nada que recriminarle pues, más bien todo lo contrario, ya que con Messi se baja el telón de la época más dorada del equipo blaugrana y ningún aficionado culé o del fútbol en general podrá olvidar nunca el arte, destreza e inteligencia con el balón del mejor jugador del mundo.

Leo tampoco puede echarle nada en cara al club que le ayudó y encumbró hasta el olimpo del fútbol y, como bien dijo Laporta en el anuncio del adiós, ni el mejor jugador del mundo está por encima del club. El Barça de Bartomeu hipotecó esta entidad hasta límites investigables y la masa salarial de buena parte de la plantilla está tan sobredimensionada que ha terminado por impedir la continuidad de Messi, que quiere aprovechar los dos años o tres que le quedan de pleno rendimiento para aumentar su palmarés y cobrar lo que le corresponde. Duele, pero es la realidad y solo queda darle las gracias y desearle toda la suerte del mundo.

. Hasta aquí poco queda por objetar a este divorcio amistoso, pero sí deberíamos aprovechar la ocasión para reflexionar sobre el mundo del fútbol profesional y los sueldos desproporcionados que se pagan, porque mientras los clubes de Primera, sobre todo los grandes, barajan cifras astronómicas y gastan un dinero que no tienen en fichas y contratos, ayer se clausuraron los Juegos Olímpicos con un declive evidente de la delegación española, que ha pasado de las 22 medallas de Barcelona 92 a los 3 pírricos oros de Tokio (kata, tiro y escalada). Los deportes de equipo llevan 25 años sin ganar un oro (Atlanta 96) y el atletismo y la natación, deportes olímpicos por antonomasia, junto con la gimnasia, se han ido con la única medalla de Ana Peleteiro. Ni la natación artística ha podido mantener los metales que tradicionalmente venía cosechando.

La falta de infraestructuras y de inversión y la nula promoción de los deportes olímpicos en las aulas y las universidades explican parte de esta mediocridad en los Juegos y el puesto en el medallero general. Nada es por casualidad y sin inversión, los logros obedecen más al esfuerzo personal que a la planificación deportiva. .

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