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Todos los indicadores apuntan a que hemos superado los peores momentos de la pandemia y nadie puede discutir que en gran medida se debe a la vacunación masiva, que, por una parte, ha conseguido frenar la propagación del coronavirus y, por otra, minimizar los efectos de la enfermedad.

Pero hay que mantenerse en guardia y promoverla porque hay datos que pueden torcer la curva de la recuperación y, por ejemplo, es significativo que de los nueve ingresados por Covid en la UCI del Arnau, siete sean personas que no se han vacunado. Es un dato que en diversas proporciones se repite en la mayoría de hospitales y que obliga a intensificar la campaña en pro de la vacunación.

No puede convertirse en obligatoria por decisión judicial, pero sí hay que insistir en la pedagogía, en la contundencia de los científicos que recomiendan vacunarse, en la historia de las vacunas que han servido para erradicar enfermedades y en la repercusión que pueden tener actitudes individuales en la salud colectiva.

Afortunadamente, en España, el movimiento negacionista no ha conseguido el apoyo que tiene en otros países, pero a la vista de que volvemos a concentraciones masivas como los botellones que hemos visto por doquier en la última semana, de que tenemos que preservar las aulas escolares de posibles contagios y de que para avanzar hacia la normalidad es indispensable la inmunidad colectiva, hay que insistir en que se completen las pautas de vacunación o que se aprueben los pasaportes Covid para garantizar unos mínimos de seguridad. Si alguien no quiere vacunarse, hay que respetar su voluntad, pero habrá que exigirle pruebas de inmunidad, sean PCR o pruebas similares, para que pueda mantener contactos con grupos masivos sea en actos públicos, conciertos o determinados trabajos en los que hay relación directa con población de riesgo.

Y este mismo pasaporte que ya se ha implantado en algunas comunidades puede ser la vía para que también el ocio nocturno pueda empezar a normalizarse.

Como sucede con tantos derechos, el individual no puede ser un perjuicio para el colectivo.

Ministra poco oportuna La erupción del volcán de La Palma ha obligado a desalojar a 5.500 vecinos, hay nueve bocas de lava que puede llegar hasta el mar con emisión de gases nocivos y una situación de alerta roja que no se sabe cuánto puede durar.

Y a la ministra de Turismo, Reyes Maroto, no se le ha ocurrido nada mejor que presentar la erupción del volcán como un reclamo turístico porque es un espectáculo maravilloso.

Desde Canarias ya le han reclamado un poco de sensibilidad porque no están para bromas ante la tragedia que están viviendo las familias palmeñas..

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