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La Organización Mundial de la Salud cree que entre el mes de febrero y  marzo del año que viene el virus estará controlado y podremos volver a la normalidad de antes de la pandemia en todos los sectores de nuestra sociedad.

Los indicadores, al menos los del mundo occidental, corroboran el descenso paulatino de la Covid-19. Rebrote, incidencia acumulada, PCR positivas y número de hospitalizados y críticos en las UCI apuntan al final de la pesadilla, que ha dejado 879 fallecidos en las comarcas de Ponent, casi 24.000 en Catalunya, 86.000 en España y 4,7 millones en el mundo, según las cifras oficiales.

Pero antes de que esto ocurra quedan algunas asignaturas por aprobar y preguntas por responder.

En primer lugar, hemos de aumentar la inmunidad poblacional, tanto aquí como en el resto del mundo, porque, de lo contrario, cualquier variedad del virus que llegue puede volver a obligarnos a retrocesos que difícilmente serían asumibles, tanto económicamente como psicológicamente, por no hablar del estrés sanitario que volvería a acarrear. También a nivel mundial sería indispensable despejar la incógnita de si deberemos o no someternos a nuevas dosis de recuerdo para prevenir rebrotes y, evidentemente, hacer llegar las vacunas a todo el mundo, porque con los niveles de inoculación actual del Tercer Mundo difícilmente podemos considerarnos seguros.

Por otra parte, cabe que todas las administraciones, empresas privadas y ciudadanos intentemos no olvidar las lecciones que el coronavirus nos ha enseñado, desde la importancia de la inversión sanitaria, tanto en investigación como en atención primaria y hospitalaria, como lo esencial que es la potenciación del teletrabajo, que disminuye la contaminación ambiental de forma drástica y abre muchas posibilidades laborales impensables hace solo unas décadas.

Por lo detectado estos días en lo que se refiere al tráfico –ayer se cumplía precisamente el Día Mundial sin Coches–, de momento de nada nos ha servido el virus porque una vez finalizadas las restricciones el nivel de circulación es incluso superior al de antes de la pandemia. Mala noticia que en ningún caso es achacable a la ciudadanía, sino a los endémicos déficits del transporte público y al miedo a las aglomeraciones.

Tiempo tendremos para analizar lo vivido y poner los mecanismos correctores de cara al  futuro, pero lo que está claro es que no deberíamos pasar página sin convertir esta desgracia en una oportunidad de mejora de ahora en adelante.

Zona catastrófica La erupción del volcán de La Palma ha de servir también para regular las construcciones en zonas de influencia de estas aberturas de la tierra, al igual que se hace con ríos y zonas sísmicas..

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