EDITORIAL
Cambio climático y la cuadratura del círculo
La cumbre del clima que se celebra en Glasgow vivió ayer una jornada de descanso tras una primera semana marcada, como ya es una tradición en estos encuentros destinados teóricamente a frenar el calentamiento global, por avances que están muy lejos de las declaraciones de intenciones. Muestra de ello son los acuerdos concretados hasta ahora. Uno es el anunciado por la UE y EEUU para reducir un 30% las emisiones de metano, gas al que se responsabiliza del 25% del calentamiento, con el problema de que en el mismo no participan China, Australia e India, que son sus principales emisores debido a la explotación de minas de carbón.
Un segundo acuerdo hecho público es el de destinar unos 16.600 millones de euros de fondos públicos y privados, para luchar contra la deforestación hasta 2030. En este caso, el inconveniente es que en 2014 se alcanzó un acuerdo casi idéntico y sus nulos resultados están a la vista de todos. Asimismo, una veintena de países e instituciones financieras se han comprometido a dejar de financiar combustibles fósiles en el extranjero a finales del próximo año, aunque sin afectar a los proyectos en marcha, ni a los que llevan a cabo en sus países, además de que no participan ni China ni Japón, que lideran esta práctica.
En definitiva, nada nuevo que no se haya visto en anteriores cumbres del clima, que suelen acabar con acuerdos de mínimos cuyo cumplimiento se va dilatando en el tiempo. Y esto seguirá siendo así mientras no se aborde esta cuestión desde una cooperación global de todos los países en pro del conjunto de la humanidad, dejando en segundo plano los intereses económicos y políticos de cada uno, lo que parece una utopía a pesar de que la evidencia del cambio climático es cada vez mayor. Para hacernos una idea de la magnitud de los cambios necesarios, basta un ejemplo.
En los últimos meses, numerosas empresas de Lleida, Catalunya, España y los países europeos sufren de falta de materias primas y su coste se ha disparado porque se fabrican en China y no llegan en cantidades suficientes. Para nuestra economía, sería un alivio que este cuello de botella se resolviera cuanto antes, pero en este caso se obvia que la mayoría de la energía que utiliza China tanto para sus fábricas como para su consumo doméstico procede del carbón, que es el combustible fósil más contaminante. La conclusión resulta más que evidente: ¿estamos dispuestos –todos en general y los poderes económicos y políticos en particular– a introducir cambios en nuestra forma de vida para afrontar la amenaza que supone el cambio climático y la sobreexplotación de los recursos naturales del planeta? Si la respuesta es negativa, nunca se abordará la raíz del problema por muchas cumbres del clima que se celebren.
Intentar solucionar una amenaza global como esta buscando obtener réditos políticos o económicos es la mejor garantía de fracaso.