EDITORIAL
La fragilidad de la salud mental
Cuando empezó a hacer estragos el coronavirus, todos los esfuerzos sanitarios se centraron, como es lógico, en intentar atajar la virulencia de la Covid y sus efectos, letales en muchos casos, en la salud física de los infectados. Al poco tiempo ya saltaban las alarmas sobre otras consecuencias que la crisis sanitaria, que nos obligó a cambiar por completo los hábitos como sociedad, tendría en nuestro bienestar mental. Poco a poco, a medida que la vacunación ha permitido controlar y mitigar las infecciones, van siendo cada vez más evidentes las nefastas repercusiones que esta situación en la que aún estamos inmersos está comportando a nivel anímico.
El viernes tuvimos buena prueba de ello. En unas jornadas organizadas por el Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya, profesionales del Centre de Salut Mental Infantil i Juvenil de Lleida alertaron del escalofriante incremento de atenciones a menores, con un promedio de quince al día, lo que está colapsando este servicio que, a su vez y por ello, debe priorizar los casos moderados y graves. Los casos que atienden son de la misma tipología que los que trataban antes de la pandemia, aunque ahora son más graves y complejos.
Van desde los trastornos alimentarios como anorexia o bulimia, a las depresiones y, lo más alarmante, pensamientos relacionados con el suicidio. Y si ya es deprimente este último aspecto, aún lo es más el hecho de que deben tratar a niños y niñas de tan solo nueve años con este tipo de actitudes. Por todo ello, ya para evitar daños mayores, los psicólogos lanzaron una especie de SOS reclamando más recursos económicos y más personal con el objetivo de reducir las listas de espera actuales y poder tratar lo más pronto posible y con la dotación necesaria este tipo de casos.
La Organización Mundial de la Salud considera que la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Una importante consecuencia de esta definición es que considera la salud mental como algo más que la inexistencia de trastornos o discapacidades mentales que, hasta no hace mucho, eran considerados prácticamente tabúes. Este mismo organismo asegura que la salud mental y el bienestar “son fundamentales para nuestra capacidad colectiva e individual de pensar, manifestar sentimientos, interactuar con los demás, ganar el sustento y disfrutar de la vida”.
Por ello, sobre esta base, se puede considerar que la promoción, la protección y el restablecimiento del bienestar anímico deben ser preocupaciones vitales de cualquier sociedad, por lo que es imprescindible implementar políticas que vayan dirigidas a evitar y, por supuesto paliar, este tipo de dolencias que no siempre se perciben a primera vista y que no entienden ni de edades ni de clases sociales.