EDITORIAL
El regreso de la guerra fría
Rusia ha movilizado sus tropas en las proximidades de Ucrania, mientras la OTAN ha desplazado buques y aviones de combate hacia el Este de Europa. No estamos hablando de los años 50 en plena guerra fría, sino de las últimas noticias de estos días, y los expertos advierten que hay un riesgo de enfrentamiento directo por el control de Ucrania sin que las negociaciones diplomáticas parezcan frenar la tensión. Por una parte, están los intereses de Putin de recuperar el área de influencia que tuvo en su momento la Unión Soviética con repúblicas satélites en sus fronteras y que no ha tenido mayores consecuencias en las del Cáucaso, pero sí en Ucrania, que ya padeció la ocupación de Crimea y una situación de conflicto permanente en la zona limítrofe con Rusia, y por otra parte la postura de la OTAN, impulsada por Estados Unidos, que también intenta ampliar su área de influencia en el este y quiere frenar el expansionismo de Putin.
En medio, vuelve a quedar Europa con poca capacidad de liderazgo, posiciones diferentes y la dependencia del gas que llega de Rusia y que países como Alemania necesitan de forma ineludible. No hay una postura europea unificada porque cada país defiende sus propios intereses, pese a que el riesgo de conflicto puede desestabilizar Europa y las amenazas de sanciones a Putin pueden traducirse, como ya sucedió con anterioridad, en represalias contra determinados países con el objetivo de dividir aún más el frente europeo. Todo un galimatías en el que Europa tiene las de perder si no triunfa la diplomacia, mientras Putin parece decidido a emplear la fuerza, bien para ocupar más parte de Ucrania o bien para colocar un gobierno títere, y queda la duda de hasta dónde llegará la respuesta de la OTAN.
Y al factor económico del gas y las sanciones se añaden las reticencias de amplios sectores en Europa a cualquier conflagración: mientras en Rusia no hay oposición democrática, en Europa hay amplios sectores con presencia en los gobiernos en algunos casos que se oponen a cualquier conflicto bélico. Y por encima de cualquier consideración, que volvamos a hablar de guerra fría es un fracaso de la diplomacia y la política.Bienes “inmatriculados”Una ley de Aznar propició que la Iglesia pudiera inscribir a su nombre con un simple certificado eclesiástico un total de 34.961 bienes, de los que unos veinte mil están destinados al culto y el resto a otros usos. Son los llamados bienes inmatriculados, y ahora la Iglesia ha reconocido que 965 no le corresponden y se muestra dispuesta a devolverlos.
Continúan los trabajos para identificar a los propietarios, pero ya es un paso para empezar a regularizar estos bienes y subsanar los errores cometidos.