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Entre los aplausos de los que le han dejado solo, Pablo Casado se despidió ayer del Congreso en el preludio de una dimisión que en titular de un periódico de la derecha se está convirtiendo en una agonía, con una apelación a que entiende la política como respeto a los adversarios y entrega a los compañeros. Justo lo que se ha echado en falta en su gestión como jefe de una oposición intolerante y ácida y como presidente de un partido en el que ha faltado coherencia y han sobrado maniobras. Justamente un error de cálculo, atribuible probablemente a sus colaboradores, para acabar con su principal rival, la presidenta de la comunidad madrileña, le ha costado el cargo al acusarla de corrupción, encargar a unos detectives una investigación sobre su familia y arremeter contra ella sin valorar que fue la gran triunfadora de las elecciones y la gran esperanza del PP.

La maniobra se le giró en su contra porque Ayuso no cedió, contraatacó con dureza y movilizó a los medios afines y a sus fieles en la calle. El resultado es que Casado, que confiesa que no sabe por qué tiene que marchar porque no ha hecho nada, se quedó sin el apoyo de los barones del partido, sin el respaldo de los medios y mucho menos de la militancia, que no le consideran un valor seguro de cara a próximos comicios, y el goteo de dimisiones de sus colaboradores más próximos, empezando por el mismo portavoz del partido, el alcalde de Madrid. Ha llegado la situación a tal enconamiento que no ha sido suficiente la cabeza del secretario general, Teodoro García Egea, a quien se considera responsable de la maniobra, y se exige la marcha de Casado, a quien solo le queda buscar una salida digna, dimitiendo o forzando un congreso extraordinario.

Hasta Sánchez ha allanado su salida comprometiéndose a no convocar elecciones anticipadas aprovechando la debilidad en que ha quedado el principal partido de la oposición, que ya está amenazado en las encuestas con el sorpaso de Vox, que sería una pésima noticia no solo para el PP, sino también para la democracia española. En el fondo, se constata una vez más que la derecha española tolera mejor la posible corrupción de Ayuso que la debilidad y la falta de liderazgo de Casado, que llegó a la presidencia popular de rebote frente a Soraya y Cospedal y que no ha sabido consolidar su liderazgo con una gestión errática y dejando todo el poder interno en manos de García Egea. Y como razón de fondo, los barones y las bases del PP han constatado el pecado mortal de Casado, que no gana elecciones, mientras que sus grandes rivales, Díaz Ayuso y Núñez Feijóo, disfrutan de mayorías absolutas en sus respectivas comunidades.

La primera, que a diferencia de Casado cuenta con un gran asesor como Miguel Ángel Rodríguez, quiere centrarse en Madrid porque tiene tiempo para dar el salto a la política nacional y todo apunta a que esta vez sí es la hora de Núñez Feijóo.

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