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Tras el paréntesis forzado por la pandemia, que también ha agudizado desigualdades, ha vuelto a celebrarse el 8-M como fiesta reivindicativa de las mujeres, del rechazo a cualquier tipo de discriminación y de la exigencia de que hay que seguir avanzando hacia la igualdad en todos los ámbitos. Se ha avanzado, pero poco, y queda mucho camino por recorrer como muestran las diferentes estadísticas que se han difundido estos días. Lo más sangrante sigue siendo la violencia de género, consecuencia de un machismo aún vigente en más colectivos de los deseables y que se traduce en que, según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro mujeres sufre violencia física o sexual por parte de sus parejas, y no se salva de esta lacra la civilizada Europa, donde el porcentaje se mantiene en un 16 por ciento, con un 15 por ciento en España.

Desgraciadamente, no hay día sin noticias sobre agresiones a mujeres y, aunque ha aumentado la conciencia socia y se ocultan menos las agresiones, el machismo y el maltrato a las mujeres sigue siendo una lacra que cuesta demasiado eliminar. Pero es solo la punta del iceberg de una desigualdad que también es visible en la vida cotidiana, donde las mujeres dedican el doble del tiempo que los hombres a las actividades no remuneradas del hogar, con un porcentaje de mujeres en paro sensiblemente superior al de los hombres y con una brecha salarial que no acaba de recortarse y que en Catalunya aún representa que los hombres tienen un salario un 20 por ciento superior al de las mujeres. En tiempos de crisis, las desigualdades se incrementan y no basta con leyes que obligan a pagar idéntico salario por el mismo trabajo porque hay condicionantes laborales que frenan esta igualdad y porque son las mujeres las que tienen que asumir la merma de servicios sociales o asumir las atenciones familiares.

El resultado es que en los últimos diez años en la Unión Europea solo hemos avanzado cinco puntos en el índice anual de igualdad de género, que aún está en 68 sobre cien, por no hablar de la situación en el Tercer Mundo, donde sigue siendo patética y en general la pobreza sigue teniendo rostro de mujer. Tampoco se ha superado la brecha en puestos de responsabilidad y, pese a que la presencia femenina ya es mayoritaria en las profesiones intelectuales, las mujeres solo ocupan el 18 por ciento de los puestos directivos en las empresas españolas. Hay mucho que reivindicar todavía hasta alcanzar una igualdad efectiva y por esto sigue siendo necesario el 8-M como jornada reivindicativa y de denuncia, pero no se entiende la división que se visualiza en la mayoría de ciudades con dos manifestaciones por separado –en Lleida la Marea Lila y la Coordinadora 8-M– porque deberían ser más decisivos los puntos de acuerdo que las discrepancias, porque unidas se puede avanzar más y más rápido y porque la división acaba debilitando.

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