EDITORIAL
La polémica por el catalán en las aulas
El acuerdo para modificar la Ley de Política Lingüística de 1998 de Catalunya, que garantiza el uso preferente del catalán en las aulas como lengua vehicular, pero que deja mayor margen a los centros para un equilibrio con el castellano allí donde fuera necesario, no es evidentemente un avance en el blindaje del conocimiento de la lengua propia de Catalunya, pero tampoco un retroceso. Se trata simplemente de evitar que sean los jueces los que dicten proporciones y cuotas e interfieran en la pedagogía educativa y pongan en peligro la cohesión social que ha de imperar en los centros. ERC, PSC, Junts y los comunes (106 de los 135 escaños del Parlament) acordaron cambiar el texto legal con este fin y, aunque Junts se haya desmarcado, más por discrepancias internas que por el texto, la mayoría es amplísima y muy representativa de la sociedad catalana.
Hay que recordar que la ley todavía en vigor no explicita que el catalán sea la lengua vehicular exclusiva en Catalunya, sino que dice, textualmente, “el catalán se utiliza normalmente como lengua vehicular y de aprendizaje” y, diccionario en mano, la normalidad no impide las excepciones. Por tanto, el cambio es más de forma que de fondo y, si consigue dejar al margen a la justicia, ya habrá cumplido su función. El problema que tiene el catalán no está en las aulas, sino en la calle.
En los últimos años, por carencias económicas o por batallas políticas que han convertido la lengua en un arma arrojadiza, el catalán ha perdido presencia en muchos ámbitos. Ese es el caballo de batalla en el que la Generalitat debe incidir más y mejor que hasta ahora. Es cierto que para que una lengua sobreviva debe ser prioritaria en las aulas, porque cohesiona, integra e iguala, pero no es menos verdad que si en el comercio, la judicatura, los medios de comunicación, la literatura, el cine, el arte y tantos ejemplos como ustedes quieran lo descuidamos, dejará de ser útil y necesaria, y estas dos premisas son imprescindibles para la salud de nuestro idioma, que ha logrado superar épocas mucho más oscuras que esta y para cuya salud y futuro debemos velar todos porque es una parte inseparable de nuestra identidad colectiva.
Estación de autobuses Lleva muchos años la estación de autobuses de Lleida dejada de la mano de Dios y sin dar el servicio que una sociedad que potencia el transporte público requiere. No se puede, por un lado, intentar disminuir el coche privado, fomentar zonas de bajas emisiones y potenciar una movilidad sostenible y, por el otro, mantener en la más absoluta dejadez la principal terminal de la ciudad. Las casas hay que comenzar a construirlas por los cimientos.