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EDITORIAL

Dos años, un mes y cuatro días después

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Dos años, un mes y 4 días después de aquel 14 de marzo de 2020 en que se decretó el estado de alarma en España, Salud no tenía ayer registrado ningún enfermo de Covid en la UCI del Arnau de Vilanova, el hospital de referencia de Ponent por el que han pasado miles de leridanos durante estos largos 25 meses de coronavirus. Más de mil personas han muerto entre el llano y el Pirineo y Aran por este virus, a consecuencia del cual también han perdido la vida 27.000 catalanes, más de 100.000 españoles y otros seis millones de personas en todo el mundo. No se puede decir que el planeta no hubiera pasado antes por ese tipo de situaciones.

La peste negra, que asoló Europa en el siglo XIV, o la gripe de 1918, que acabó con la vida de hasta 40 millones de personas, son solo dos de los referentes históricos sufridos por la humanidad, pero sin ningún lugar a dudas esta pandemia ha sido la peor pesadilla colectiva vivida por varias generaciones contemporáneas y cuyas secuelas económicas, sociales y mentales tardaremos un tiempo en poder analizar y saber qué lecciones hemos aprendido y qué hemos hecho bien, mal o regular como individuos y como colectivo. En la balanza de lo positivo está sin duda el esfuerzo de todo el personal sanitario, no solo por preservar nuestra salud y cuidarnos hasta la extenuación al principio de la pandemia, cuando ni ellos mismos sabían cómo evitar la mortandad creciente y no tenían ni el conocimiento ni los mecanismos para hacerlo, sino también por la rapidez con que la investigación médica y farmacéutica aceleró los procesos para la vacunación masiva que ha salvado millones de vidas. No podemos obviar en este apartado la dificultad política y económica para extender las vacunas al tercer mundo, lo que evidencia una vez más el desequilibrio social existente entre los países occidentales y el resto, y la necesidad imperiosa de corregir estas desproporciones que resultan del todo intolerables e inmorales en una sociedad del siglo XXI.

En el aspecto económico, el coronavirus ha evidenciado también otra realidad que sabíamos pero que no habíamos comprobado nunca de tan de cerca. La globalización y sectorización de la economía comporta grandes beneficios, pero en crisis como la vivida por el virus, que ahora vuelve a hacerse evidente con la guerra de Ucrania, las dependencias exteriores generalizadas, sean de chips, cereales o gas, cuando se cortan o ralentizan ponen en peligro toda la cadena económica y alimentaria. Convendría tomar medidas para que, sin llegar a la autarquía, las supeditaciones no fueran tan exageradas.

Finalmente, conviene también valorar más la salud mental de las personas, desde niños a ancianos, porque esta pandemia ha golpeado especialmente a estos dos colectivos, unos con la muerte y los otros con el secuestro de dos años vitales para su aprendizaje personal y social.

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