EDITORIAL
Cuando se vaya el humo
Ya decíamos hace solo dos días que las condiciones meteorológicas y la sequía persistente presagiaban un final de primavera con alto riesgo de incendios. Ni 24 horas hemos tardado tras la advertencia de extremar las precauciones en padecer dos grandes fuegos en nuestras comarcas. El de la Noguera, en el que anoche ya habían ardido más de 1.079 hectáreas de bajo bosque, matojos y campos de cultivo de la zona de Baldomar, núcleo de Artesa de Segre, en el Montsec de Rúbies.
El segundo es el de Castellar de la Ribera, en el Solsonès, menor en hectáreas, más de 400 al cierre de esta edición, pero según los Bomberos más complicado de controlar, tanto por el área de expansión como por el riesgo de complicación de los focos. Esta última comarca ya padeció un devastador incendio en el 98 y el temor a que las llamas se acerquen a masías y granjas hace centrar entre Castellar de Ribera y Pinell muchas de las dotaciones de las que se dispone. Más allá de Lleida hay un tercer incendio en Tarragona, parece que más controlado, y otro en la Franja.
Cuando todavía arde el bosque es momento de conseguir el máximo de efectivos humanos y mecánicos para extinguirlos. Payeses con sus tractores, ADF, Agentes Rurales, y, por supuesto, los Bomberos de la Generalitat y las unidades de refuerzo que se han pedido al ejército español y a los bomberos de Andorra así lo están haciendo, con el control de mando coordinado desde Bellaterra para no desperdiciar esfuerzos. Pero, como muy bien explicó ayer un vecino de las zonas afectadas a las cámaras de televisión: “Ahora todo el mundo habla de los incendios y de por qué no se hace esto o aquello, pero cuando se irá el humo, ya no seremos noticia y hasta el siguiente.” No le falta razón a este damnificado, pero es evidente que cualquier desgracia tiene una causa, natural o accidental, que hay que analizar con calma y perspectiva.
La radiografía es clara, el bosque ha ido ganando terreno a los campos de cultivo y a los pastos sin que se haya diseñado una gestión forestal en consecuencia, o al menos sin que los planes que se han redactado hayan dado resultados, para ser más justos. No debemos olvidar tampoco que la sequía de esta primavera, con el mayo menos lluvioso y más caluroso de los últimos 82 años, convierte miles de hectáreas en un polvorín. A estas premisas se añaden los tiempos de siega, que siempre pueden provocar alguna chispa, las tormentas y relámpagos, como los de ayer en el Solsonès, las líneas eléctricas, descuidos o negligencias humanas y los pirómanos o desalmados que los provocan intencionadamente.
Muchos elementos que cabe analizar sin prisa, pero sin pausa, cuando se vaya el humo, pero lo que está claro es que hay que coordinar acciones para volver a asentar a los vecinos en la montaña, y no solo con el turismo, recuperar pastos y gestionar más y mejor los bosques, que son un pulmón natural.