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La celebración del solsticio de verano con fuego durante la noche de Sant Joan es una tradición ancestral y una de las modalidades de esta fiesta, las fallas del Pirineo, ha sido declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Mantener las tradiciones, y más una tan simbólica en Catalunya como esta, es muy positivo, pero ello no significa que deban ser inmutables. Hay que tener en cuenta que las condiciones climáticas no son las mismas que hace unas cuantas décadas.

Resulta ocioso insistir en los efectos del calentamiento global, que hemos podido comprobar en las últimas semanas. Precisamente, la sequedad extrema de bosques y campos ha llevado a diversos ayuntamientos, especialmente de pueblos situados en zonas rurales, a suprimir las tradicionales hogueras como medida de prevención ante posibles incendios. Esta medida no resulta del agrado de todos, pero en ocasiones pasarse un poco de prudente es mejor que tentar a la suerte.

Ayer por la tarde cayeron fuertes tormentas en la mayor parte de la provincia, pero matorrales y malas hierbas volverán a estar secos mañana a menos que haya nuevas lluvias o aumente sensiblemente la humedad. Además, si realmente se dan las condiciones adecuadas, siempre es posible rectificar la decisión inicial. La situación actual es susceptible de repetirse con frecuencia en los próximos años a tenor de la evolución del clima, por lo que a buen seguro será necesario seguir tomando medidas para adaptarse a esta realidad, como ya han hecho los organizadores de fallas como las de La Pobla de Segur y Sort, cuyos participantes bajaron desde la montaña con las antorchas apagadas y solo les prendieron fuego una vez ya estaban dentro del municipio.

Las precauciones también son recomendables con los petardos, el otro elemento emblemático de la fiesta. Sin embargo, en este caso también hay que hacer referencia a otros elementos vinculados al cambio en el estilo de vida con respecto a hace unos años. Uno es la sensibilidad con el exceso de ruido, que ha motivado que la normativa sea cada vez más restrictiva con el objetivo de intentar reducir la contaminación acústica.

Otro es la creciente sensibilidad por el bienestar de los animales de compañía –que recientemente se ha traducido en que en España hayan pasado por ley a ser “seres sintientes”– la mayoría de los cuales sufren alteraciones en su comportamiento a causa del ruido que generan las explosiones de petardos. Tener en cuenta estas cuestiones no representa que haya que prohibir o limitar severamente el uso de la pirotecnia, pero sí que deben estar sometidos a la misma regulación que otro tipo de actividades. Una cosa es que sean protagonistas de la noche de Sant Joan o de otras fiestas, y otra su uso indiscriminado en cualquier lugar y hora.

Con sentido común, no debe haber problema en adaptar las fiestas a los nuevos tiempos.

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