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EDITORIAL

Sant Miquel y el futuro incierto del campo

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La Fira de Sant Miquel de Lleida cerró ayer sus puertas con un balance más que positivo, según sus organizadores, que recalcaron la importancia de este éxito en el marco de una campaña especialmente complicada a diferentes niveles. Además de recibir a más de 100.000 visitantes, lo que supone recobrar la normalidad tras dos años aciagos a causa de la pandemia, las transacciones también se han recuperado y los expositores expresaron su satisfacción. Asimismo, las numerosas actividades y congresos celebrados en el marco del certamen han demostrado que la Fira y, por tanto, Lleida pueden considerarse referentes y capital del sur de Europa en cuanto a las nuevas tecnologías y avances destinados al sector agropecuario.

Pero pese a este balance positivo de la Fira de Sant Miquel, el mundo agrario de Lleida tiene que hacer frente a unos retos y a unas problemáticas que este año, por múltiples motivos, se han agravado de forma preocupante. Una vez que parece superada la pandemia y sus efectos devastadores, las inclemencias meteorológicas, especialmente las heladas de abril y las sucesivas olas de calor después, y las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania, que ha comportado desabastecimientos y aumentos de precios energéticos desorbitados, están haciendo mella en el sector.Así, ayer dábamos cuenta de que, según la conselleria de Acción Climática y a tenor de un informe hecho público por Asaja, las pérdidas de las heladas se han cuantificado en 273 millones. Pese a ello, los agricultores solo serán “recompensados” con 126: 32 correspondientes a las ayudas comprometidas por el Govern y 94 por parte de Agroseguro en concepto de indemnizaciones.

Así, el “agujero” que le queda al sector será de 150 millones, lo que repercutirá a buen seguro a todos los niveles puesto que será difícil paliar este déficit. Por un lado, el sector está aún a la espera de la convocatoria de otras líneas de ayuda como son los créditos blandos, imprescindibles para reflotar a las centrales y cooperativas. Por el otro, quizá en un apartado más doméstico pero no menos importante, existe el riesgo de que un buen número de agricultores desistan de continuar, ya sea por la falta de relevo generacional o bien por no poder hacer frente a las inversiones que requiere esta actividad, y más cuando los costes de producción han aumentado de forma alarmante llegando en algunos casos a triplicarse.

Así las cosas, es necesario analizar las necesidades de un ámbito que es básico para la economía de Lleida y, por tanto, para la de toda Catalunya. Las administraciones deben buscar soluciones viables para asegurar su futuro y los consumidores también debemos apostar con fuerza por la producción y el consumo de proximidad y, por supuesto, pagando unos precios que hagan viables y rentables las explotaciones.

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