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Primero fue el desaparecido Hugo Chávez, el año pasado Vladímir Putin y ahora Xi Jinping. En los tres casos se modificaron las leyes para que los dirigentes de Venezuela, Rusia y China pudieran perpetuarse en el poder. Xi Jinping, presidente de China y secretario general del Partido Comunista, presentó ayer a los nuevos hombres fuertes del régimen.

Hombres en el sentido literal de la palabra, ya que por primera vez en los últimos 25 años no habrá ni una sola mujer en el politburó, máximo escalafón del poder chino. Tampoco habrá ni un atisbo de disidencia, ya que se ha apartado sin miramientos a quienes podían ejercer un mínimo de oposición. Y, de nuevo, la expresión no es metafórica.

En una aparente purga pública, la imagen del expresidente Hu Jintao, predecesor inmediato del actual líder chino, sacado a la fuerza del XX Congreso del Partido Comunista de China, convulsionó el sábado la clausura de la reunión, en la que Xi dejó claro quién manda. Y eso que en China, una vez más, funcionó la censura y no pudo verse qué pasaba ni en las redes sociales ni en los medios de comunicación. El ya enorme poder de Xi, unido a la perspectiva de otro lustro al frente del gigante asiático rodeado solo de seguidores leales, le convierte en un nuevo Mao Zedong.

Desde Occidente se mira con recelo lo que ocurre en China, pero es la segunda economía del mundo y es poco probable, por decir impensable, que haya consecuencias de ningún tipo. Tal vez porque las democracias occidentales dependen de esta gran fábrica global para funcionar a pleno rendimiento. La hipocresía de mirar hacia otro lado aunque Xi Jinping abriera el Congreso diciendo explícitamente que no renunciaría al uso de la fuerza para tomar la isla de Taiwán.

Las felicitaciones recibidas cierran este texto donde empezó: el presidente de Rusia, Vladímir Putin; el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y el líder norcoreano, Kim Jong Un, fueron los primeros mandatarios internacionales en transmitir sus felicitaciones a su homólogo chino, que lo deja todo atado y bien atado.

Memoria necesaria 

La lista de leridanos asesinados en los campos de exterminio nazi que desde 1983 podía leerse en una lápida conmemorativa en el cementerio de Lleida había quedado obsoleta y ya son veintitrés las víctimas documentadas, ocho más. Recordarlas va más allá del homenaje, es un acto de justicia que ha de servir para que las próximas generaciones no olviden el horror que trajo consigo el fascismo. Un acto emotivo, pero también reivindicativo, porque hay que seguir estudiando y documentado cada caso. La memoria histórica implica un compromiso con cada una de las víctimas.

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