SEGRE

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Dieciocho muertos y una devastación inmensa. Este fue el efecto de las riadas que asolaron casi toda la provincia de Lleida y la Franja los días 7 y 8 de noviembre de 1982. Han transcurrido 40 años, pero su memoria sigue muy viva, tal como damos cuenta en nuestra edición de hoy.

Aunque las imágenes más icónicas son las de la inundación que sufrió gran parte de Lleida ciudad –en Pardinyes, Rambla Ferran, Blondel y Cappont–, el principal castigo lo sufrieron varios municipios del Pirineo. La prueba de ello es que 12 de los fallecidos perdieron la vida en Andorra y los otros seis, en Capdella (3), Oliana, Les Valls de Valira y Solsona, cuya identidad también detallamos. Y si la pérdida de vidas humanas siempre es dolorosa, en este caso todavía más porque la mayoría de ellas fueron de niños y jóvenes.

En estas comarcas hubo pueblos que quedaron literalmente destrozados, en especial El Pont de Bar, y fueron muchos los que quedaron incomunicados por carretera durante varios días. Las inundaciones fueron la consecuencia de una gota fría que dejó más de 300 litros de agua por metro cuadrado en solo tres días en buena parte del Pirineo, provocando una gran crecida de los cauces de todos los ríos. Estos se desbordaron y, además, hubo que abrir las compuertas de los pantanos de Oliana y Escales (más tarde también el de Camarasa) porque en unas pocas horas llegaron al máximo de su capacidad.

Los daños fueron gigantescos, unos 45.000 millones de pesetas de la época y, como es habitual, lo mejor fue la solidaridad que demostraron una multitud de personas anónimas, tanto para ayudar a los más afectados durante las peores horas de la tragedia como para colaborar posteriormente en las tareas para conseguir que calles y carreteras volvieran a ser transitables y limpiar casas y establecimientos. Por otro lado, estas riadas comportaron la lección de que había que tomar medidas para prevenir tanto como fuera posible que pudieran repetirse episodios similares. Así, las administraciones abordaron obras de mejora de los cauces en diferentes poblaciones, cuyo principal emblema es la canalización del Segre a su paso por la ciudad de Lleida, así como una mayor regulación de los caudales con la construcción del gran pantano de Rialb.

La eficacia real de las nuevas infraestructuras no ha sido probada, porque la provincia no ha vuelto a sufrir un fenómeno de la magnitud de la gota fría del 7 y 8 de noviembre de 1982. Este 40 aniversario no debe servir solo para recordar lo sucedido y lo que se hizo a consecuencia de ello, sino que debería ser un acicate para concienciarnos de que el hombre no puede dominar el clima, pero con su acción sí que puede empeorar sus efectos, como se está viendo de forma palmaria en las últimas décadas, con temperaturas cada vez más altas. Por desgracia, la Cumbre del Clima que empieza hoy no parece que vaya a cambiar nada.

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