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EDITORIAL

Canal d'Urgell, el reto de la modernidad

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La historia del Canal d’Urgell, al igual que el de Pinyana y el Aragón y Catalunya, es el exponente más claro y significativo del progreso que ha comportado a las comarcas del llano de Lleida el regadío en los últimos cien años. Tierras estériles convertidas en vergeles, reconversión de cultivos, pequeñas y medianas explotaciones agrarias que dejaron atrás los tiempos de los grandes propietarios para tejer una economía familiar agroganadera que poco a poco convirtió a Lleida en la despensa de Catalunya y dotó de bienestar económico a muchas comarcas. Pero los tiempos cambian y hoy en día el agua se ha convertido en un bien a proteger y los riegos a manta deben pasar a la historia.

En esta línea de transformación, el Canal d’Urgell se ha fijado como objetivo en los próximos años modernizar la mayoría de sus hectáreas y para ello requiere inversión propia y ayudas de todas las administraciones. Para comandar este ahorro obligado, los miembros de la comunidad revalidaron ayer la confianza, de una forma mayoritaria, en Amadeu Ros, que tendrá este vital objetivo, pero también deberá afrontar el difícil relevo generacional y la continuidad de las explotaciones medias, ya que las grandes empresas y la presión de las cadenas sobre los precios amenazan seriamente a muchas familias payesas. Importantes retos para tiempos de mudanza, pero fundamentales para asegurar el sector primario de Ponent, estratégico y seguro como se ha demostrado en la pandemia.

Un mundial de dos caras

Sin duda la vergüenza del Mundial de Catar, donde el poder del dinero ha ganado por goleada a los derechos humanos, donde el boicot más valiente que han hecho algunas federaciones es llevar o no llevar un brazalete con los colores LGTBI, demuestra una vez más que la geopolítica y los petrodólares están, hoy por hoy, encima de cualquier otra consideración de dignidad colectiva.

De hecho, la Europa cuna de la democracia ha quedado también empañada por los sobornos que han costado ya la destitución de la vicepresidenta de la Eurocámara. La propia Francia, mientras con una mano denunciaba las muertes de trabajadores y la marginación de las mujeres, con la otra rendía pleitesía al Emir, auténtico triunfador de este Mundial, tanto porque el boicot no ha funcionado, como por la final soñada entre Francia y Argentina, cuyos astros, Messi y Mbappé, juegan en un club de su propiedad. Pero dicho esto, sería injusto no resaltar el poder del mundo del fútbol y la justicia histórica que la victoria de Argentina significa para el que es sin duda el mejor jugador de la historia: Lionel Messi, que rubrica con este trofeo una carrera plagada de éxitos, individuales y colectivos.

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