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El viernes, 24 de febrero, se cumplirá un año de la ofensiva militar lanzada por el presidente de Rusia, Vladímir Putin, sobre la vecina Ucrania y que, entre otras muchas consecuencias, ha provocado que el 40% de la población del país atacado necesite ayuda, en un contexto en el que agencias internacionales y ONG se esfuerzan por brindar colaboración de todo tipo ante las escasas esperanzas de que haya una resolución política a corto plazo. Antes de la invasión, la cifra de personas con necesidades alimentarias o de subsistencia rondaba los 1,1 millones, pero a finales de 2022 el dato ascendía ya a los 9,3 millones. Además, unos 14,5 millones requieren de asistencia en materia sanitaria, mientras que casi 5 millones de niños dependen de ayuda para poder seguir estudiando.

Gran parte de todas estas carencias derivan en que millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. Hasta finales de enero, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) tenía constancia de más de 5,3 millones de desplazados internos, a los que habría que sumar ocho millones de refugiados huidos a otros países, según datos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). De estos, más de 1.300 han venido a las comarcas de Lleida y del Pirineo para intentar asegurarse un futuro para ellos y sus familias, lejos de la zona del terror.

Una vez más, las comarcas de Ponent han demostrado su carácter solidario y ayuntamientos y entidades les han proporcionado desde alojamiento hasta trabajo para que puedan integrarse lo mejor posible, aunque con la vista puesta en su país. En este sentido, según un estudio de la OIM y pese a la inseguridad que sigue en la zona, se observa una tendencia de que hay más personas regresando a su país que abandonándolo, la mayoría (el 42%) por motivos sentimentales, que van desde la nostalgia a la búsqueda de una “vida normal”, mientras que un 30% deseaba volver para ver a familiares o amigos. Asimismo, el 34% de los retornos deriva de una motivación económica, por ejemplo, tener un trabajo, y el 27 por ciento buscaba poder alojarse en una vivienda propia o al menos más barata, según la OIM.

Actualmente, seis de cada diez desplazados viven con parientes o amigos. Los ucranianos se han tenido que acomodar a resistir con una incertidumbre constante, algo que pasa factura a colectivos vulnerables como los niños. “Aunque la infancia de Ucrania ha demostrado una gran capacidad de recuperación, lo que en el lenguaje humanitario llamamos “resiliencia”, las heridas mentales de esta guerra podrían dejarles cicatrices de por vida”, advierten desde Unicef.

“El conflicto ya les ha robado un año de su vida. No podemos permitir que les quite también su futuro”, añadieron las mismas fuentes. Mientras que no se halle una solución diplomática al conflicto bélico, entre todos debemos evitar que eso ocurra.

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