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El Valencia CF expulsará del estadio “de por vida” a los aficionados que profirieron gestos e insultos racistas a Vinícius Jr., según confirmó ayer el club de Mestalla en un comunicado. Asimismo, la entidad también anunció que “condena enérgicamente este tipo de comportamientos, que no se corresponden con los valores del Valencia CF y su afición”. Por su parte, el Real Madrid ha presentado una denuncia ante Fiscalía al considerar los hechos un delito de odio.

Ante un caso como este no hay peros que valgan, ni excusas que puedan restar importancia a lo ocurrido en el campo de fútbol el domingo. La tolerancia cero ha de ser la única bandera que han de enarbolar todos los aficionados al fútbol y la ciudadanía en general. No se puede seguir permitiendo en un deporte con millones de seguidores que el insulto sea la forma de expresar simpatías o antipatías.

En el tenis el silencio es obligatorio y a nadie se le pasa por la cabeza que, en cualquier otra profesión o deporte, se normalice que se pueda de forma reiterada ofender a alguien, provocándole e irritándole, con palabras o acciones. Y llevamos demasiados años escuchando ataques de índole racista y machista en los estadios de fútbol. Da igual que con Neymar, Piqué, Guardiola, Eto’o y otros muchos de una lista interminable, medios de comunicación, políticos, estamentos federativos, LaLiga, etc., le hubieran restado importancia a los ataques recibidos.

No tiene ninguna importancia que Vinícius Jr. no sea precisamente un deportista ejemplar en la cancha, como carece de relevancia que sea un jugador del Real Madrid el ofendido. Todas estas consideraciones son menores, porque lo realmente importante es el problema grave que arrastra el fútbol español desde hace años.

Y esta permisividad no solo afecta a los jugadores y a sus familias y amigos, implica a todo un colectivo que va desde los niños y niñas a los veteranos. Cada semana tenemos un episodio, más o menos grave, pero preocupante, en las ligas territoriales: agresiones a árbitros, peleas entre aficionados y jugadores. En la base, padres insultando a rivales y muchos malos ejemplos que se alejan de los valores del deporte como formación.

Y para acabar de cuajo con esta evidente falta de empatía, el fútbol profesional debe dar ejemplo. Y la única solución es expulsar a los violentos y que los clubes se comprometan desterrarlos de las canchas. También la Justicia debe ser más tajante en sus veredictos, porque las excusas dadas últimamente, “que si no se puede identificar a tantas personas, que si los insultos duraron pocos minutos o que el fragor de los partidos mueven pasiones”, son intolerables.

Todos los campos tienen decenas de cámaras y se puede y se debe castigar, penalmente si cabe, a los que utilizan expresiones que atentan contra las personas, su color de piel, sexo, religión o ideología. Y la misma tolerancia cero ha de aplicar LaLiga y la Federación.

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