EDITORIAL
El valor ecológico de la agricultura
Ante la actual sequía y los fenómenos meteorológicos achacables al cambio climático, Greenpeace pide que el Gobierno central y los autonómicos adopten medidas que permitan afrontar de forma estructural la crisis del agua y entre las principales establece un plan para la reducción de la superficie de regadío, principalmente el intensivo e industrial, primando el agua para consumo humano y los caudales ecológicos. También, revisar la conversión de cultivos de secano a regadío, no permitir ningún nuevo proyecto altamente demandante de agua (de ocio, urbanismo, hotelero...) en zonas con problemas históricos de suministro, mejorar el control del uso ilegal de agua, especialmente con la localización de todos los pozos para su vigilancia y cierre en los casos que no puedan legalizarse, descartar la construcción de más infraestructuras hidráulicas, como embalses o trasvases y limitar las desalinizadoras a situaciones excepcionales. Son partidarios, además, de no aprobar ninguna concesión ni autorización a nuevas instalaciones de ganadería intensiva o a la ampliación de las existentes y reducir, empezando ya en 2023, de forma progresiva, la cabaña ganadera en intensivo, con el fin de alcanzar un 50% menos para 2030.
Finalmente, demandan adoptar de forma inmediata la “dieta de salud planetaria, priorizando alimentos de origen vegetal frente a los de origen animal, en todos los comedores colectivos públicos e institucionales, porque la carne y otros productos de origen animal son los alimentos que más agua necesitan para su producción”. Esta demanda del grupo ecologista coincide con la emisión de un documental la noche del martes en TV3 en el que no sólo se lamentaba el desalojo de 300 personas de sus casas en Tiurana y Basella para la construcción de Rialb, en lo que todos evidentemente estaríamos de acuerdo, sino que se dudaba directamente de la necesidad y eficacia del pantano y se acusaba a las administraciones que lo apoyaron (Gobierno central, Generalitat y Diputación) de perseguir intereses de parte, sin que, por cierto, ninguno de los protagonistas que llevaban años reclamando el embalse, regantes básicamente, tuvieran voz en este Sense ficció. Es evidente que la gestión del agua requiere medidas urgentes para optimizarla, digitalizarla y no desperdiciarla, pero que la nueva cultura hídrica pase por recortar la actividad agropecuaria, que es uno de los puntales de la economía leridana y una de las actividades económicas más ecológicas de las que existen en toda España, es preocupante.
En cuanto a Rialb, la regulación del Segre era ineludible para evitar las riadas, como la que en 1982 asoló el Pirineo y el llano. Los pantanos, más grandes o más pequeños, eso sí que es debatible, son la forma más eficaz de almacenar el agua y difícilmente podremos aspirar a una sociedad más sostenible sin la agricultura, la ganadería o la gestión de los bosques.