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La inteligencia artificial está protagonizando el gran debate de nuestra sociedad y la huelga de actores y guionistas de Hollywood es un nuevo episodio. Lo que para unos será el motor que propiciará una nueva revolución económica y social, para otros se ha convertido en una amenaza para su puesto de trabajo y un paso más en el control de nuestras vidas. Probablemente todos tienen parte de razón y es evidente que las aplicaciones de la inteligencia artificial ya están transformando los métodos de trabajo de muchos sectores que han automatizado sus procesos y evidentemente necesitarán menos personal humano y más máquinas y tampoco se puede discutir que la llegada de estos nuevos sistemas y su desarrollo en determinados ámbitos genera muchos problemas éticos y morales, como se han encargado de advertir los mismos científicos que trabajaron en los orígenes y el desarrollo de la inteligencia artificial y que, de momento, están sin abordar.

Pero si una cosa está clara es que la inteligencia artificial es un fenómeno irreversible, que se convertirá como sucedió con la electricidad o con internet en un instrumento ineludible, con utilidades en algunas cuestiones y también desventajas porque puede propiciar aplicaciones absolutamente perversas, por lo que se hace imprescindible una regulación. La OCDE ha elaborado un informe sobre la cuestión y lo primero que llama la atención es que el 60 por ciento de los trabajadores cree que su empleo corre peligro en los próximos diez años y hay coincidencia en que la inteligencia artificial afectará de una manera u otra a todos los sectores y a casi todos los empleos. Afectará a los trabajos más repetitivos y que requieren menos esfuerzo con la robotización, pero también a los niveles más cualificados porque facilitará más datos para la toma de decisiones.

Por ejemplo, el 75 por ciento de los trabajadores en el sector financiero que han usado la inteligencia artificial ha visto incrementarse su ritmo de trabajo y también el estrés que padecen. Y siempre quedará la sensación de que el trabajo de todos está sujeto a mayor control y monitorización. Lo que no podrá sustituirse es el trabajo que implica contacto humano o que requiere una creatividad que no podrán aportar las máquinas, pero la OCDE ya ha estimado que en países como España un 28 por ciento de los actuales empleos se encuentran en alto riesgo de ser automatizados.

El impacto en el mercado laboral será importante y también hay que abordar cuanto antes los límites éticos del fenómeno porque hasta ahora cada gran corporación ha ido por su cuenta y habrá que regular quién controla las investigaciones y administra los avances, qué límites éticos hay que imponer y quién regula su funcionamiento. El Parlamento Europeo está preparando la primera ley, pero la realidad ya va muy delante.

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