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Por si a alguien le faltaban pruebas de que estamos viviendo un cambio climático, solo tiene que mirar el termómetro estos días: estamos batiendo récords de calor con diez grados por encima de la media en julio alcanzando temperaturas en torno a los 45 grados, también superamos el récord de noches tropicales y el verano del año pasado en España ya fue el más cálido de la serie histórica disponible desde 1880. La primavera fue la más seca de la historia y cuando llueve lo hace de forma torrencial, mientras se calcula que la temperatura media del planeta subirá grado y medio en el próximo quinquenio con el avance del deshielo de los casquetes polares, la subida del nivel del mar y la progresiva desertización de áreas en las que estaría la península Ibérica. Solo los indocumentados pueden negar a estas alturas la evidencia del cambio climático, que se acentúa por la intervención humana con la emisión de gases con efecto invernadero que se traduce en un calentamiento global del planeta.

Nos puede suceder como a la rana en agua caliente que va hirviendo poco a poco y que no salta al no percibir la gravedad de la situación. A la humanidad le puede pasar lo mismo porque hace años que estamos colaborando en este calentamiento global sin que las grandes corporaciones y sobre todo los gobiernos adopten medidas concretas ni para solucionarlo, ni para frenar su evolución. Así, nos encontramos con que cuando sube el termómetro se declara la preceptiva alerta, se hacen las recomendaciones de rigor para hidratarse y buscar refugios climáticos y nos quedamos a la sombra hasta la siguiente ola de calor dejando que sean los distintos sectores económicos los que se autoregulen, o no, para evitar las horas de más calor.

Y nos encontramos con que en cuestiones como la vivienda, son los edificios más viejos los que están mejor aislados contra el calor o el frío e incluso los que buscaban mejor orientación. Es evidente que la lucha contra el cambio climático nos afecta a todos y todos debemos comprometernos en esta línea, pero hasta ahora se advierte más sensibilidad entre los ciudadanos –que podemos aportar nuestro granito de arena rebajando el consumo de energía, consumiendo productos de proximidad o con pequeñas iniciativas que, sumadas, pueden ser significativas– que entre los gobiernos, con muy buenas palabras pero pocas actuaciones. Hay un compromiso de la Unión Europea para reducir la emisión de gases de efecto invernadero en un 80 por ciento antes de 2050, pero la realidad es que en 32 años en España, desde el compromiso firmado en 1990, solo se han reducido.

en un 0,5 por ciento. Pero aún es peor la situación mundial porque China sigue batiendo récords con el 30 por ciento de las emisiones de gases y sin intención de rebajarlas, igual que Estados Unidos, India o Rusia. Por lo que si no hay cambios, el futuro del planeta es ir calentándose.

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