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Luis Rubiales utilizó ayer todos los argumentos del patriarcado y machismo clásico para atrincherarse en la cúpula de la Federación Española de Fútbol y no dimitir tras su lamentable actitud en la final del Mundial femenino. Primero culpabilizó a la víctima, Jennifer Hermoso, intentando corresponsabilizarla del beso, y después cargó contra el “falso feminismo”, al que calificó de “la mayor lacra de nuestra sociedad”. Rubiales no se quedó ahí y extendió su crítica a todos los políticos y medios que han pedido su dimisión.

Pidió perdón a la Casa Real por tocarse los genitales tras la victoria española, gesto que no achacó a una hombría mal entendida, sino a la euforia del momento, y resumió su intervención autoproclamándose como víctima de un “asesinato social” urdido contra él. Lo peor no fueron sus palabras, porque es evidente que el presidente de la Federación vive anclado en un mundo que ya no se corresponde con la sociedad actual. Lo realmente lamentable fueron los aplausos de buena parte de la asamblea, donde estaban representadas muchas federaciones territoriales, que asintieron e incluso vitorearon a este personaje.

Esos aplausos son la peor noticia para el fútbol español porque representa que comparten las tesis superadas histórica y legalmente del papel de la mujer en el deporte y sociedad en general. Pero si esta es la mala noticia, hay una buena, y es que hace apenas unos años todo lo sucedido tras la final entre España e Inglaterra no habría pasado de una anécdota, que ni las jugadoras podrían denunciar y pocos medios y políticos se hubieran atrevido a criticar. La sociedad española, gracias entre otras cosas al ejemplar empuje que el feminismo ha ejercido sobre los estamentos políticos, ya no acepta que se relegue a las mujeres a un papel secundario en el deporte, ni en ningún otro sector, como no tolera que su cuerpo sea considerado un objeto sin voluntad propia y a disposición de terceros.

La ley del sólo sí es sí ha tenido sus defectos de aplicación, pero resume perfectamente el espíritu de una voluntad de igualdad generalizada ya entre la ciudadanía. Solo las mujeres deciden cómo y con quién expresan sus afectos y nadie tiene derecho a cargarlas al hombro o besarlas en los labios sin su consentimiento. Y aunque resulte esperpéntico escuchar en pleno siglo XXI un discurso tan reaccionario y denostado como el de ayer de Rubiales, los gritos de dimisión en el Gamper del jueves, los editoriales de los principales periódicos de todo el mundo, la unanimidad política (Vox al margen) que desde el PP al PSOE, Sumar y todos los partidos nacionalistas se ha exhibido desautorizando al presidente de la Federación, demuestran que, como apostilló Galileo Galilei ante la Santa Inquisición tras abjurar de que la Tierra era redona, eppur si muove! Es decir, por mucho que machirulos como Rubiales se enroquen, la igualdad no tiene vuelta atrás.

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