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“Queremos que le tomen una foto policial. Queremos ponerla en una camiseta. Se difundirá por todo el mundo.

Será una imagen más popular que la Mona Lisa.” Esas palabras las pronunció Laura Loomer, una excandidata republicana al Congreso que se congregó, junto con otros partidarios de Donald Trump, fuera de la cárcel en la que el expresidente se entregó. El pasado jueves, después de ser ingresado, fue publicado el esperado retrato del magnate estadounidense, y su equipo de campaña no perdió tiempo. La imagen, acompañada de la frase “¡nunca te rindas!”, ya se podía adquirir en su página oficial de merchandising en forma de camisetas, tazas o pegatinas.

Trump, que había tuiteado por última vez el 8 de enero de 2021, dos días después del asalto al Capitolio, regresó a Twitter para publicar la fotografía policial. En dos días la campaña del expresidente de Estados Unidos ya ha recaudado 7,1 millones de dólares (6,5 millones de euros) con la venta de estos productos con su cara, lo que demuestra, una vez más, que el populismo es un arma mucho más poderosa que la verdad y que las redes sociales, los canales personalizados, mensajes en general sin ningún tipo de filtro periodístico que intente poner una mínima intención de objetividad, pueden mover masas, ganar elecciones y abocarnos a un mundo en el que lo único que importe es la capacidad de convencer a los ciudadanos, sin importar ni los medios ni el fondo. Marshall McLuhan, un filósofo de la comunicación del siglo XX, se quedó corto cuando escribió en 1964 que el medio era en sí ya un mensaje, porque no hay contenido neutro.

A día de hoy, no hace falta ya ni el medio para movilizar a las masas. Basta con tener el poder y la falta de escrúpulos suficientes para convertir en palabra de Dios cualquier opinión, sin que sea necesario ningún tipo de contraste, verificación ni pluralidad. A Trump le ha funcionado y muchos otros líderes políticos y sociales en todo el mundo intentan imitarle.

Los medios de comunicación tienen la obligación ética y profesional de pararles los pies.

Tarde y malMuchos socios del Barça se han sentido decepcionados estos días por la tibieza de la directiva a la hora de condenar el impresentable espectáculo ofrecido por el presidente de la Federación de Fútbol, Luis Rubiales, en la final de la Copa del Mundo y días posteriores. Laporta calificó ayer el comportamiento de Rubiales como “inaceptable, impropio, lamentable e incluso vergonzoso”, pero ni un brazalete en apoyo de Jenni Hermoso llevaron ayer los jugadores del primer equipo en Villarreal.

Tarde y mal para un club que ha hecho de los valores su bandera.

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