Sin agricultura y ganadería no hay futuro
“Los números no salen.” Con esta sencilla y clarificadora frase resumía ayer una ganadera la dificultad que tiene el sector primario para ganarse la vida. Y si el campo no llega a final de mes, se perderá mucho más que explotaciones, granjas, manzanas, trigo o melocotones, ya que Lleida ha forjado su progreso desde la llegada del agua y sus canales en el sector primario e industria agroalimentaria. Más de un siglo de duro trabajo para convertir en fértiles tierras estériles, horas y más horas de trabajo para sacar adelante familias y casas, con un clima extremo, con frío intenso en invierno y mucho calor en verano y con la necesidad de destinar cada año buena parte de las ganancias a invertir para ir incorporando al campo los avances tecnológicos y mecánicos que la agricultura requiere. Los payeses saben que ha pasado a la historia el poder vivir toda una familia de unas pocas hectáreas de frutales, del mismo modo que los ganaderos son conocedores de que la integración es en muchos casos la única forma de sobrevivir. Pero ni unos ni otros pueden soportar, año tras año, las mil exigencias burocráticas que imponen las normativas catalanas, españolas y, sobre todo, comunitarias. Unas reglamentaciones medioambientales o sanitarias aquí sagradas, pero que brillan por su ausencia en muchos de los países que exportan a la UE, que llenan al mercado a menor precio, sin que en origen se les haya exigido ni la mitad de garantías que a los europeos. Por no hablar de los costes de producción, cada día más altos; dos años por la guerra de Ucrania, otro por la inflación y un tercero por la pandemia, el veto ruso o las mil y una circunstancias que la geopolítica implica y comporta. Para completar el círculo de la precariedad del campo, los precios llevan muchos años a la baja, sea por las imposiciones de la distribución y prevalencia de las grandes cadenas alimentarias o por exceso de tal o cual fruta u hortaliza. Sequías, gotas frías, heladas o pedrisco completan el pódium de la crisis actual, con unas subvenciones y ayudas que todos prometen en el momento de hacerse la foto, pero que luego se dilatan en el tiempo en exceso. Esto comporta un envejecimiento de la payesía, con falta de relevo generacional, abandono de la actividad agrícola (cada semana Lleida pierde 4 agricultores o ganaderos), descenso de la renta agraria y despoblación. Una situación límite que se extiende a toda Europa y que los agricultores franceses llevan ya semanas denunciando en las carreteras, bloqueando las principales autopistas de acceso a París, y que ayer tuvo su exponente en Ponent y el Pirineo y toda Catalunya. Si a esta depresiva realidad le sumamos el cambio climático y la escasez de agua, es del todo comprensible que los hombres y mujeres que viven del campo hayan dicho basta y escenifiquen su malestar en las carreteras. Sin agricultura y ganadería no hay futuro.