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Lluís Serrano

Pobresa menstrual i residu mediambiental

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La pobreza se manifiesta como la falta de capacidad de adquirir bienes y servicios que son imprescindibles en la sociedad en la que vive cada persona. El concepto pobreza menstrual ayuda a visibilizar una de esas carencias. En un hogar que vive con necesidades se toman decisiones difíciles a la hora de gastar el dinero disponible. En un día determinado, si se compra una bandeja de pollo comen cuatro personas, pero si se compran compresas, que cuestan aproximadamente lo mismo, ese día no se come. La opción es obvia. Según la ONU, alrededor del 13% de la población femenina mundial vive en situación de pobreza, por lo que se ven obligadas a prescindir de los productos sanitarios necesarios para la regla, cuyos efectos y necesidades están invisibilizadas y forman parte del tabú que sigue girando en torno a la menstruación y todo lo que tiene que ver con la intimidad femenina. El debate suele estar centrado en precios e impuestos, pero no se habla tanto del impacto medioambiental que tienen estos productos. Los tampones y compresas dañan el medioambiente. Están hechos de algodón, rayón, poliéster, polietileno y viscosa, componentes llenos de productos químicos como ftalatos, bisfenoles y pesticidas nocivos para el medio ambiente. La parte más visible del impacto ambiental de estos productos es la contaminación que generan a través de los residuos, pero su fabricación también tiene un gran impacto negativo. El algodón con el que se fabrican requiere mucha agua, pesticidas y fertilizantes, y el poliéster proviene de derivados del petróleo y también requiere de mucha agua para su producción. A todo esto también habría que añadir la producción de envases, así como su residuo. No hay datos sobre la cantidad de residuos de este tipo que generamos, pero un informe de Zero Waste Europe de 2017 apunta a que en ese año se consumieron más de 49 mil millones de productos menstruales, que produjeron unas 590.000 toneladas de residuos. Los componentes de estos residuos pueden tardar cientos de años en degradarse. Se estima que, dependiendo del producto, varía entre 300 y 800 años lo que tarda en descomponerse en pequeños trozos de microplásticos que nunca desaparecerán del planeta. Sensibilizada con ambas premisas, la Generalitat facilita gratuitamente copas menstruales, compresas de tela y bragas. Estos productos de higiene reutilizables están a disposición de las más de 2,5 millones de mujeres catalanas. La campaña “Mi regla, mis reglas”, en colaboración con el Consejo de Colegios de Farmacéuticos, convierte a Catalunya en uno de los primeros lugares del mundo –después de Escocia, Francia y Nueva Zelanda– en distribuir de manera universal y gratuita estos productos. Buena y ejemplarizante medida que, además de ayudar a muchas mujeres, servirá para contribuir a la mejora medioambiental del planeta, donde cada residuo de menos cuenta.

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