El AEM ilustra el difícil camino hacia la igualdad
La victoria del AEM en el campo del Espanyol el sábado le sitúa a un paso de poder jugar el play off de ascenso a la máxima categoría del fútbol femenino español. El próximo fin de semana recibirá en casa al Albacete, y si gana habrá certificado su acceso al mismo. En caso contrario, se lo jugará en los tres últimos partidos de la Liga. Si logra este objetivo, no cabe duda de que será el equipo menos favorito para subir a Primera División. Ahora bien, la realidad es esta: el AEM tiene a día de hoy opciones de poder jugar la próxima temporada contra el Barça de Aitana Bonmatí y Alèxia Putellas, el Real Madrid –que se subió al carro del fútbol femenino cuando este comenzó a despegar–, el Atlético de Madrid, el Athletic Club o la Real Sociedad, entre otros equipos. La paradoja es que el foco de la actualidad futbolística en Lleida no está puesto en este club, sino en el Lleida Esportiu, de cuya gran temporada en Segunda RFEF nos congratulamos, y en el proyecto de los empresarios vinculados al Atlètic Lleida de comprar la plaza del Badalona Futur, que aventaja al Esportiu en la pugna por la plaza de ascenso directo a Primera RFEF. Lo más probable es que uno de los dos suba de forma directa y el otro se lo tendrá que jugar en un play off. Así que uno o los dos podrán jugar la próxima temporada contra el Nàstic o el Sabadell, pero también contra el Real Unión, el Intercity, el Arenteiro o el Fuenlabrada, porque la élite del fútbol estatal aún queda bastante lejos. El objeto de esta reflexión no es de ninguna manera criticar que aficionados, empresarios, políticos y los propios medios de comunicación nos centremos en equipos que ahora están en la cuarta categoría del fútbol masculino, sino en dejar patente que la dificultad para cambiar la mentalidad social es uno de los factores que dificultan los avances en diversos ámbitos, uno de los cuales es el de la plena igualdad entre mujeres y hombres. Es cierto que, con una visión objetiva, el nivel medio del fútbol masculino es superior al femenino, pero siempre se obvia que los hombres llevan muchas décadas de ventaja en la práctica profesional de este y de otros deportes y, a la vez, somos incapaces de visualizar que más temprano que tarde el fútbol femenino puede llegar a ser tan o más atractivo para el espectador. Lo mismo sucede en muchas otras ocupaciones a nivel laboral, doméstico o de ocio, que la mayoría asociamos a roles de género a pesar de que pueden ser desempeñadas de forma indistinta por hombres y mujeres. Es necesario seguir luchando para dar pasos adelante, rompiendo marcos mentales que obedecen más a la tradición que a la razón. Y para acabar, volviendo al plano estrictamente futbolístico, no está de más plantear si algún día no nos arrepentiremos de que nadie, aparte del propio AEM, apostara seriamente por que Lleida estuviera en primera línea de un deporte en auge como el fútbol femenino.