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Las mayorías absolutas son cosa del pasado. Las encuestas vaticinan que la famosa aritmética parlamentaria obligará a equilibrios dignos de funambulistas. Cada voto cuenta, aunque sea un tópico, porque un solo escaño puede decantar la balanza. No basta con ganar las elecciones, hay que poder formar gobierno, sumar mayorías. Ser el candidato o la candidata más votados no siempre comporta llegar a Palau, ya que los comicios los gana quien puede gobernar, es decir, quien puede sumar una mayoría parlamentaria para formar gobierno y, muchas veces, no es el más votado. Es lo que les ocurrió a Inés Arrimadas en las elecciones catalanas de 2017, a Salvador Illa en las de 2021 o, más recientemente, a Alberto Núñez Feijóo en las pasadas generales. Ante esta realidad, la capacidad de diálogo cotiza al alza. De ahí que ayer resultara reconfortante constatar las formas exquisitas de los ocho candidatos y candidatas que participaron en el debate del Grup SEGRE que tradicionalmente cierra la campaña electoral en las comarcas de Lleida. Los ocho cabezas de lista de los partidos que actualmente tienen representación en el Parlament hicieron pensar que es posible regresar a la política civilizada, que siempre había sido marca de la casa del parlamentarismo catalán. Pero en los últimos años, el oasis catalán parecía haberse secado. Y no porque se hubiera apostado por el modelo británico, histérico y divertido a partes iguales, sino por optar por un parlamentarismo áspero, maleducado, demagógico y agresivo que no tenía ningún aspecto positivo y que tanto ha contribuido a la desafección política de una buena parte de la ciudadanía. Sobre el fondo, todos los candidatos defendieron su posición y rebatieron a sus oponentes, como corresponde, pero lo hicieron de una manera educada, que es como se ha de hacer la política que vale la pena, la que necesitamos. Con un arco parlamentario tan previsiblemente multicolor, los partidos han de ser conscientes de que están obligados a entenderse para evitar la repetición electoral, que supondría un fracaso de la clase política del todo incomprensible para la ciudadanía, y más después de conseguirse en el Congreso de los Diputados investir a Pedro Sánchez con el apoyo de fuerzas, a priori, muy alejadas. Una auténtica obra de ingeniería electoral. Así las cosas, los candidatos por Lleida aprovecharon el minuto de oro (en realidad, treinta segundos) para interpelar a los electores, conscientes de que más que convencer a los indecisos, esta vez hay que movilizar a los desmotivados. La abstención puede ser clave y más teniendo en cuenta que en Lleida ciudad las elecciones coinciden con un largo puente escolar, ya que los centros educativos escogieron (antes de convocarse los comicios) el día de ayer y el lunes como fiestas de libre disposición por la Festa Major. Mañana será la hora de la verdad.

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