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Las elecciones al Parlament registraron una pobre participación que no llegó al 58%, según los resultados provisionales, que con toda probabilidad aún será menor en los definitivos, teniendo en cuenta que en 2021 la abstención fue dos puntos más alta tras el escrutinio final que la publicada hasta entonces. Y si en estos comicios fueron muchos los electores que se quedaron en casa, todo apunta a que serán mayoría en los convocados el 9 de junio para escoger a los miembros del nuevo Parlamento Europeo. Hace cinco años, en España la participación fue del 60%, pero porque se celebraron junto con las municipales, ya que en las tres convocatorias anteriores quedó por debajo del 46%. Está claro que en general hay una desafección de una parte de la ciudadanía hacia la política, que en parte también explica el auge de las formaciones de ultraderecha. Tal como dábamos cuenta en nuestra edición de ayer, Vox y Aliança Catalana se han beneficiado de un voto de castigo hacia los partidos tradicionales, utilizando mensajes simplistas y populistas sobre cuestiones tan complejas como la delincuencia y la inmigración para captar el apoyo de electores descontentos. Es un fenómeno internacional, que en Catalunya y España aún tiene una menor repercusión que en otros países europeos. Dentro de la UE, los gobiernos de Italia y Hungría están en manos de fuerzas populistas o de extrema derecha, que están en ascenso en la mayoría de los países, incluso en Alemania, que hasta hace poco parecía vacunada contra el totalitarismo tras su traumática experiencia con el nazismo. Y fuera de Europa, solo hay que mirar a EEUU, donde Donald Trump tiene grandes posibilidades de volver a ser presidente. En suma, estamos viviendo una coyuntura muy favorable para estos partidos que sus líderes están dispuestos a aprovechar al máximo. Por eso Vox organizó ayer una cumbre en Madrid en la que, entre otros, participaron Marine Le Pen y el presidente argentino, Javier Milei, que se ha convertido en uno de los nuevos referentes de este sector ideológico. Paradójicamente, los ultras se movilizan para obtener el mejor resultado posible en unas elecciones europeas que hasta hace poco denostaban. Tienen muy claro que esta es una gran oportunidad, porque mientras la participación suele ser baja o muy baja en casi todos los países, ellos cuentan ahora con un electorado fiel y movilizado. Ante ello, la ciudadanía debe ser consciente de que, por muy mala imagen que tenga la UE, si estas formaciones acaban siendo decisivas para definir su futuro, conceptos como la solidaridad y la cooperación quedarán fuera del mismo. Hay que hacer un doble llamamiento. A los electores, para que no se dejen arrastrar por el populismo, y a los partidos tradicionales, para que se abran a la sociedad, sean capaces de dialogar y articular acuerdos y dejen de lado el partidismo en pro del interés general.

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