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La notificación a los centros por parte de Educación y el Consell Interuniversitari de Catalunya de que las pruebas de selectividad de 2025 no incluirían preguntas sobre libros de lectura obligatoria ha provocado una gran polémica y, a la vez, ha hecho salir a luz pública una de las consecuencias de la aplicación del nuevo currículum de Bachillerato, que también comporta la supresión de estas obras de lectura obligatoria en segundo curso. Este cambio obedece a la extensión en este nivel educativo del aprendizaje por competencias que se ha ido implantando de forma progresiva, primero en Primaria y después en la Secundaria Obligatoria. Este sistema no es ni bueno ni malo de por sí, sino que depende de cómo se lleva a cabo, y una de las quejas de los directores de institutos ha sido que el departamento de Educación lleva adelante este proceso sin haber formado previamente a los profesores. Uno de los grandes problemas del sistema educativo catalán y español es precisamente la constante modificación de sus bases. Desde que en 1990 fue aprobada la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE), que amplió la educación obligatoria hasta los 16 años de edad, ha habido otras cinco, la mayoría de las cuales no se han llegado a aplicar en todos sus puntos porque los sucesivos cambios de gobierno han comportado su derogación. Y a partir de este marco general, la Generalitat tampoco ha parado de introducir variaciones en el ámbito de sus competencias. Haciendo un balance global de todo lo que ha comportado este desbarajuste normativo, hay que concluir que lo que más ha primado ha sido la voluntad de reducir el número de alumnos que no acaban la etapa obligatoria, en primer lugar, o que no acceden a los estudios superiores, en segundo, y que en los medios utilizados para ello ha pesado más bajar el nivel general y suprimir barreras para pasar de curso y obtener una titulación que no dotar al sistema educativo de los recursos necesarios para mejorar la atención a los estudiantes que no alcanzan las competencias requeridas. No es una impresión subjetiva, sino que está basada en los pésimos resultados de los alumnos catalanes en el último informe PISA, que evalúa los conocimientos del equivalente a cuarto de ESO en todos los países de la OCDE. No se trata de reivindicar que todo tiempo pasado fue mejor, ni mucho menos, porque la enseñanza debe adaptarse a los cambios sociales, y no puede ser igual ahora que cuando no había teléfonos móviles, por ejemplo. Ahora bien, esto no debe ser óbice para que garantice conocimientos básicos en materias como comprensión lectora, cálculo y expresión escrita, que son más necesarios que nunca si no queremos que las nuevas generaciones queden a merced del dominio de la Inteligencia Artificial y de otras innovaciones. Y para eso, no está de más reivindicar un mínimo de esfuerzo y de obligaciones.

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