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Dos grandes titulares en dos días. El lunes, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prometió mil millones de euros al líder ucraniano, Volodímir Zelenski, para reforzar sus defensas. Ayer fue el turno de Oriente Medio. Decisión histórica del Consejo de Ministros con el reconocimiento del Estado de Palestina y comparecencia previa del jefe del Ejecutivo en la Moncloa para hacer una declaración institucional solemne con la que trató, de paso, de reconducir las deterioradas relaciones diplomáticas con Israel al subrayar que el reconocimiento “no es contra nadie”. Con su pronunciamiento, Sánchez se pone del lado del Tribunal Penal Internacional, que ha tomado una posición valiente en este conflicto, ordenando las detenciones de Netanyahu y los líderes de Hamás y exigiendo a Israel que cese en su ataque en Rafah, una orden ante la que Netanyahu ha reaccionado de la peor forma posible: con una nueva matanza. Pero a nadie se le escapa que el gesto de Sánchez ha llegado en plena campaña electoral europea y solo un día después de anunciar los mil millones de euros en armas para Ucrania, y eso ya parece más discutible. En primer lugar, porque lo ha hecho para sorpresa de sus socios de Sumar. Yolanda Díaz hasta ahora ha resultado ser una socia muy cómoda para el Gobierno de Sánchez, pero con gestos como este al presidente español podría ocurrirle como con su exvicepresidente Pablo Iglesias, y hay que recordar que tiene una mayoría absoluta cogida con pinzas. Y en segundo lugar, porque está claro que Putin es un sátrapa horrible, pero también es discutible lo que está haciendo Ucrania en el rusófilo Donbás. El de Ucrania es un conflicto con muchas aristas que no pueden resolverse con extemporáneos y milmillonarios ofrecimientos de armamento en plena campaña electoral. Y es ahí donde la admirable iniciativa de Sánchez respecto al reconocimiento del Estado palestino, nadando contra corriente de grandes potencias como Estados Unidos o los principales países de la Unión Europea, palidece por políticas exteriores más discutibles, desde el conflicto diplomático provocado recientemente con Argentina por unas declaraciones ofensivas, pero ridículas, del siempre polémico presidente Javier Milei, para señalar un asunto menor, hasta el no reconocimiento de Kosovo o el nunca aclarado abandono del pueblo saharaui en favor de Marruecos, un sorprendente giro en la política internacional llevada a cabo por España durante décadas que tiene toda la pinta de tratarse de un muy poco edificante favor a cambio de un control de la migración procedente del país magrebí. Luces y sombras de un líder brillante y atrevido que acaso hace un uso excesivo de su instinto político, ya que al presentarse siempre como la única alternativa eficaz a la extrema derecha corre el riesgo de dar demasiado foco, de forma involuntaria, a los postulados ultras.  

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