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El edadismo es una forma de discriminación por cuestión de edad que afecta, sobre todo, a los mayores. La juventud se cotiza al alza desde los años sesenta y los ancianos han dejado de ser personas respetadas a las que se escuchaba y pedía consejo. En pocas décadas se ha pasado de intentar aparentar más edad para disfrutar de los privilegios de ser adulto a luchar contra el reloj para ser eternamente jóvenes. Es el llamado síndrome de Peter Pan. Pero toda norma tiene su excepción. Donald Trump, de 78 años, es el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos y el demócrata Joe Biden, camino de los 82, aspiraba a ser reelegido en el cargo. Dos ancianos, pero solo se cuestionaba el estado físico y mental del segundo. Trump es un personaje excesivo, histriónico, maleducado, machista y mentiroso, pero la hemeroteca nos recuerda que siempre ha sido así. Tiene la misma energía, se comporta con la misma egolatría y dice las mismas cosas por las que este millonario se hizo famoso. Biden solo tiene tres años y medio más, pero no está bien. Y eso es tan obvio para el mundo entero que ayer hubo una concentración ante la Casa Blanca para pedir que “pasara la antorcha”. Horas después, Biden claudicaba. Todos los pesos pesados del partido demócrata, incluido el influyente Barack Obama, habían intentado que se apartara. Los lapsus de Biden, su mirada perdida y sus pasos vacilantes inspiraban piedad. Humanamente resultaba conmovedor que se resistiera a tirar la toalla, pero es evidente que la presidencia de Estados Unidos no podía estar en manos de alguien que, en el mejor de los casos, había perdido salud y reflejos. Y aún menos allanarle el camino a Trump, catapultado en las encuestas después del intento de asesinato. Que un aspirante a presidente calificara ayer de “locas” a la vicepresidenta, Kamala Harris, y a la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, no es de recibo. Era urgente que Biden se retirara, como le pedían sus propios votantes, y Trump pueda medirse con alguien en condiciones de aguantarle un asalto. Cursos de natación para todosLos accidentes ocurren y no siempre son evitables, pero es obvio que saber nadar es una ventaja cuando sucede un percance en el agua. Ayer fue un sábado trágico, con un hombre de 65 años muerto en La Pobla al volcar su barca y un niño de 14 desaparecido en el pantano de Sant Antoni, en Talarn. El menor, de origen senegalés, no sabía nadar. Con demasiada frecuencia las muertes por ahogamiento tienen como protagonistas a personas migradas. No podemos permitirnos como sociedad que un cursillo de natación no esté al alcance de toda la ciudadanía.Saber nadar puede salvar vidas

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