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No necesitábamos que Simone Biles se cayera en la barra de equilibrio o pusiera los dos pies fuera del tapiz en el ejercicio de suelo de ayer para saber que la ya legendaria gimnasta norteamericana es humana. Nos dio buena prueba de ello en las Olimpiadas de Tokio 2020, cuando ante el estupor de propios y extraños anunció que se retiraba de la final por equipos porque quería primar su salud mental. Aseguró que ya no confiaba tanto en sí misma y que su cuerpo no se coordinaba con su mente. Fue un duro golpe para el equipo y no faltaron quienes criticaron su decisión con todo tipo de argumentos patrióticos o disciplinarios, que incidían en que los deportistas de élite ganan mucho dinero y que ya saben que unos JJOO implican una presión que, según estos expertos de sofá, deben saber imponerse al estrés mediático-social. Biles dejó de mirar las redes sociales y se centró en su familia, amigos y cuerpo técnico y poco a poco fue superando a sus demonios. Demonios que, supimos poco después, no eran exclusivamente deportivos, sino que tenían también mucho que ver con los abusos que había sufrido por parte del médico de las gimnastas. Esta gran deportista de Ohio de solo 27 años volvió poco a poco a los entrenamientos y con la capacidad de trabajo que siempre la ha caracterizado, su tesón, su talento innato para la gimnasia y, por supuesto, sin abandonar la terapia que tanto la ayudó hace 4 años, volvió a competir en  los Juegos de París, y pese a que no igualará el récord de la soviética Larisa Latynina (participó en los JJOO de 1956, 1960 y 1964, conquistando nueve oros), se va con tres oros y una plata que dejan su palmarés total en siete oros, dos platas y dos bronces, lo que la sitúa en el Olimpo de los escogidos para pasar a la historia. Porque esta heroína de carne y hueso suma a su medallero olímpico una treintena más de títulos como campeona del mundo de las diferentes disciplinas en la que compite. Además, los próximos JJOO serán en Los Ángeles y Simone, que tendrá 31 años para entonces, ha demostrado a lo largo de su carrera que las grandes estrellas, fuera y dentro de los estadios, no son las que no se caen nunca, sino las que se levantan de nuevo cada vez que tropiezan y, por tanto, no la descarten para 2028. Su ejemplo es muy positivo para el mundo del deporte y sociedad en general, demasiado centrados en los metales y las cuentas corrientes y poco dados a reflexionar sobre cosas tan importantes como la salud y el equilibrio mental. Bravo por Simone Biles, al igual que merece también un reconocimiento público la deportista española Carolina Marín, que, tras superar múltiples lesiones y contratiempos que la apartaron también de Tokio, supo reponerse y estar presente en París, quedándose con la miel en los labios de una final que tenía al alcance, cuando la fortuna le volvió a jugar una mala pasada y se lesionó.

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