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Doble asesinato machista en Barcelona y 31 mujeres muertas en lo que llevamos de año a manos de maridos, exmaridos, parejas, exparejas o simplemente conocidos (la cifra se eleva al escalofriante número de 1.275 desde 2003). Un alto cargo de la Policía Nacional, Juan Fortuny de Pedro, jubilado el pasado año y que fue jefe de este cuerpo en Lleida durante cuatro años, mató el martes con un arma de fuego a su última pareja (de hecho habría cortado con él este mismo lunes), de 60 años edad y empleada del ayuntamiento de Rubí, y a su exesposa, en su domicilio de la población contigua de Castellbisbal, donde todavía vivía el asesino, y lugar en el que finalmente se suicidó. Un doble crimen que los Mossos d’Esquadra investigan como violencia machista. En ambos casos las hijas de las dos mujeres fueron las que hallaron los cadáveres de sus madres muertas. Según el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC), ninguna de las dos fallecidas aparece en el sistema como víctima previa de violencia de género. Muchas de las personas consultadas por este diario sobre la figura de Juan Fortuny y su paso por Lleida no daban crédito a lo sucedido porque, en apariencia, era una persona amable y empática, sin brotes violentos. Otra consideración a destacar sería el hecho de que ninguna de las dos había presentado jamás denuncia contra su asesino, lo que desde nuestro punto de vista no tiene ninguna relevancia porque es evidente que si ya cuesta denunciar a un ciudadano de a pie por las consecuencias de victimización y estigmatización que comportan, ¿cómo iban a atreverse a denunciar a un alto cargo de la Policía Nacional, condecorado y con 44 años de servicio, aparentemente intachable? Ahora, el Gobierno estudia retirarle precisamente sus medallas y honores, lo que debería hacer de inmediato porque este doble crimen, impune dado su suicidio, al menos tenga una consecuencia en su historial. Ante esta lacra que no cesa tenemos la obligación de ir más allá del Código Penal para acabar con el machismo social, que cuenta los días por víctimas, tanto de las muertas como de sus hijos, padres o hermanos, que han de seguir viviendo con esta monstruosidad que comporta acabar con la vida de un ser querido. La igualdad no se mide solo por los cargos que ocupan las mujeres en la sociedad o su incorporación al mundo profesional, artístico o científico. La igualdad es respeto y tolerancia hacia las decisiones que toman las mujeres, también en el ámbito emocional. La ley, los minutos de silencio, la indignación y las manifestaciones sirven, y mucho, para ir avanzando en este largo y luctuoso camino hacia la igualdad de géneros en todos los ámbitos, pero hasta que esta sensibilización y consideración se asuman y aprendan desde la más tierna infancia, el terrorismo doméstico seguirá siendo noticia y arruinando vidas y avergonzándonos como colectivo.

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