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La locución latina divide et impera (divide y vencerás) sigue vigente 2.000 años después. Quedó patente ayer en la conmemoración de la Diada nacional de Catalunya. No fue un Onze de Setembre más. Era el primero sin mayoría soberanista en el Parlament desde 2012. Las entidades volvieron a sumar fuerzas, pero los partidos políticos independentistas, aunque estuvieron presentes en las cinco manifestaciones descentralizadas convocadas en Barcelona, Lleida, Girona, Tarragona y Tortosa, llegaron a la cita más divididos que nunca. Es incontestable que los separatistas han perdido músculo metafórico, pero también (y sobre todo) votos, lo que se ha traducido en una crisis política que debería resolverse en los congresos de Junts, ERC y la CUP previstos para este otoño. Pero harán mal quienes extraigan conclusiones precipitadas de las manifestaciones de ayer. En las últimas elecciones, el trasvase de votos del independentismo a los partidos constitucionalistas fue mínimo. La gran mayoría de papeletas que se perdieron fueron de votantes que se quedaron en casa. De la misma manera, si ayer no se llegó a las cifras récord de otras Diades se debe, en parte, a la insatisfacción política que ha contagiado a buena parte del movimiento soberanista. La compleja gestión del legado del procés ha contribuido a dividir a los independentistas. Aun así, varios miles de personas volvieron a movilizarse. En Lleida fueron 3.000, según la Guardia Urbana, que reivindicaron la payesía. El lema unitario era inequívoco: Tornem als carrers. Un regreso que ya se verá si fue puntual o el inicio de una nueva etapa que coincide con el retorno a la presidencia de la Generalitat del PSC con Salvador Illa. Y todo ello en un contexto político en el que las mayorías absolutas parecen cosa del pasado y tanto en el Parlament como en el Congreso de los Diputados se imponen los equilibrios. Todas las partes tendrán que ceder un poco para que el bloqueo no nos acabe pasando factura como país. No ayudan a pasar página actitudes como la del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena, que en vísperas de la Diada insistió en negar la amnistía a los exiliados, con el expresidente Carles Puigdemont a la cabeza. El procés está lejos de acabarse hasta que no se cierre esta carpeta.

Trump, desatado

El esperado debate entre Kamala Harris y Donald Trump no defraudó. El expresidente llegó a decir que los demócratas aprueban el aborto después del parto y que los migrantes comen gatos y perros de ciudadanos de Springfield, Ohio. La cara de su contrincante, entre perpleja, divertida y horrorizada, resumía a la perfección el hundimiento del expresidente republicano.

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