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Son “el otro barrio” en un sentido metafórico pero hasta cierto punto también literal. Los cementerios son un reflejo de la sociedad que habita los municipios a los que pertenecen. O deberían serlo. Sorprende que hasta 2020, cuando la pandemia hizo inviable el traslado de restos humanos de un país a otro, los más 55.000 musulmanes que viven en las comarcas de Lleida no pudieran enterrar a sus difuntos de acuerdo con su religión y tuvieran que repatriar los cadáveres hasta su lugar de origen, lo que supone un coste de unos 8.000 euros. Poco a poco los cementerios se actualizan y habilitan zonas para que las personas de religión musulmana puedan recibir sepultura en tierra y no en un nicho. En Lleida ya existe un espacio de estas características, que acoge los restos de 8 personas y 7 fetos. También Tàrrega y Agramunt se han puesto al día y Bellpuig y Tremp han iniciado trámites para habilitar sepulturas en tierra. Tampoco la religión judía admite el sepelio en un nicho, por lo que no es una demanda exclusiva del colectivo islámico. Pero no solo se trata de garantizar que en un estado aconfesional como el nuestro se pueda vivir y morir de acuerdo con las creencias de cada cual. La sociedad ha cambiado más allá de la realidad multicultural, lo que implica que también los ritos evolucionan. Un 50% de los difuntos de la ciudad de Lleida ya son incinerados, una tendencia que no ha dejado de crecer en los últimos años. Paradójicamente hay un solo crematorio en toda la provincia, ubicado en el cementerio de Lleida. Se ha proyectado uno de nuevo entre la N-240 y la calle Almería de La Bordeta que no está exento de polémica. Paralelamente, en Bellpuig está previsto habilitar otro crematorio, para lo que se tendrá que modificar el POUM. Pero independientemente de si se decide optar por entierro o cremación, lo que es innegable es que al morirse hay que pasar por caja. Los funerales cuestan un precio medio de 4.000 euros en Lleida, cuatro veces el salario mínimo interprofesional. Y como nada es más democrático que la muerte, pese a estos precios los cementerios se quedan pequeños. En Mollerussa, Guissona y Cervera es urgente la ampliación ante la falta de espacio y en Solsona se aboga por el reciclaje de tumbas antiguas para alargar la vida del camposanto. Turismo y viviendaNadie duda de que el turismo es el principal motor económico de las comarcas de montaña, pero eso no lo exime de generar debates sobre el actual modelo. Que solo un 17,5% de las viviendas del municipio de La Vall de Boí sean primeras residencias es una anomalía que a corto y medio plazo complicará el arraigo de los jóvenes.

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