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La nueva edición de la Cumbre del Clima (COP29) que arrancó el lunes en Bakú (Azerbaiyán) llega en un momento en que todos los indicadores confirman que 2024 será el año más cálido del planeta Tierra desde que hay datos, con una media que ya supera la del periodo preindustrial en algo más de 1,5 grados, cuando este era el límite que los Acuerdos de París, suscritos hace solo nueve años por la mayoría de países, fijaban que no se debía sobrepasar a lo largo de este siglo. La escalada de la temperatura ha sido constante en la última década, donde año tras año se han ido batiendo sucesivamente todos los récords, y nada apunta a que la tendencia vaya a cambiar, sino todo lo contrario. Así, y coincidiendo con el inicio de la cumbre, la Organización Meteorológica Mundial lazó una “alerta roja” ante el “vertiginoso ritmo” al que avanza el cambio climático. También destacó que la concentración de gases de efecto invernadero llegó a un nivel nunca visto en 2023 y todo indica que a lo largo de 2024 ha seguido aumentando, al igual que la de dióxido de carbono. Paralelamente, el agua de mares y océanos se calienta cada vez más, mientras la superficie de los glaciares va retrocediendo progresivamente. Más allá de que los científicos –primero una minoría y después ya una gran mayoría– llevan años avisando de que estamos llevando a nuestro planeta a un punto de no retorno a nivel medioambiental, las evidencias son abrumadoras. Este ha sido un año repleto de fenómenos meteorológicos extremos. La dana de València es uno más, que se añade a otros como las históricas inundaciones en varios países centroeuropeos y episodios de lluvias torrenciales en países desérticos que contrastan con olas de calor extremo en otros. En este contexto, cabría esperar que los principales líderes mundiales estuvieran dispuestos a actuar de forma concertada para adoptar medidas destinadas a mitigar o contener el calentamiento global. Sin embargo, sucede todo lo contrario; los mandatarios de las grandes potencias no asistirán a la COP29 y, además, Estados Unidos acaba de elegir como nuevo presidente a Donald Trump, un negacionista climático que en su anterior etapa en el cargo decidió que su país abandonara los acuerdos de París. Es triste decirlo, pero da la impresión de que los dirigentes internacionales más relevantes y los que mandan de verdad a nivel económico aplican una política de Tierra (por el planeta) quemada, bien porque creen que el cambio climático no existe, porque piensan que la actividad humana no influye en el mismo o porque están convencidos de que pase lo que pase ellos saldrán indemnes. Y mientras, los ciudadanos de a pie no acabamos de ser conscientes de lo que puede comportar que la temperatura media siga subiendo de forma progresiva, no solo para nosotros, sino sobre todo para las nuevas generaciones.

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