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Un mes después de la catástrofe de València que costó la vida a 222 personas (todavía hay 4 desaparecidos), Paiporta, Catarroja, Chiva, Alfafar, Sedaví, Picanya y todos los municipios, hasta 75, afectados por la dana siguen conmocionados por la tragedia y la vida dista mucho de ser la que era antes de ese fatídico 29 de octubre. Aún hay lodo en los garajes, personas con movilidad reducida atrapadas en casas y comercios cerrados. Casi 10.000 niños seguían esta semana sin escolarizar en toda la provincia. De los 57 centros de salud que fueron afectados por la dana, cinco funcionan en condiciones precarias y la movilidad, aunque ha mejorado en las últimas semanas, sigue siendo complicada. “Seguimos en fase de auxilio y emergencia”, aseguraba Lorena Silvent, alcaldesa de Catarroja. “Estamos normalizando algo que no es normal”, agregaba una vecina de Paiporta. Las cicatrices de la zona cero de la dana aún son visibles y la sensación es que la tromba de agua que arrasó València se llevó consigo vidas, casas y coches y, sobre todo, las rutinas cotidianas que el temporal alteró, para muchos, para siempre. La cronología meteorológica y política está bastante clara desde el primer día. La Generalitat valenciana no supo prevenir ni evitar parte del drama y de su ineficacia e irresponsabilidad deberá rendir cuentas ante sus ciudadanos y seguramente también ante la justicia. Del papel jugado por el Gobierno central, los meteorólogos, la Confederación, el Ejército y las fuerzas de emergencia, cada cual tendrá su opinión, al igual de cómo se afrontó el día después y la reconstrucción necesaria, pero de lo que no cabe ninguna duda es de la inoperancia manifiesta de Carlos Mazón y de todo su gobierno. Pero si incluso sobre esta categórica afirmación alguien pudiera ponerle reparos, en lo que existe unanimidad absoluta es en el papel que han jugado y juegan todavía a día de hoy los voluntarios. Un ejército de personas armadas con palos de escoba, palas y bolsas de basura que se han desplazado desde cada rincón del Estado al País Valencià para ayudar en lo que hiciera falta. Emociona ver jóvenes, hombres y mujeres de cualquier edad y condición dejar su cómoda cotidianidad para subirse a un autocar cada fin de semana y hacer muchos kilómetros con la única finalidad de ayudar al prójimo. Puede que sea verdad que la juventud vira a la extrema derecha, que la ciudadanía desconfía de la clase política y que el mundo en general da muestras de desorientación y hartazgo, pero sigue habiendo muchas, muchísimas, personas solidarias dispuestas a ayudar a sus semejantes sin preguntarles qué votan o a qué dedican el tiempo libre. Cuando peor se nos antoja el panorama político general, la respuesta ciudadana ha sido impresionante y digna del más grande de los monumentos. Es la única lección positiva de la tragedia de València y del drama de sus habitantes.

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