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Resulta evidente que la derecha política y judicial está pasando un escáner al gobierno socialista, a sus familias y sus entornos. Lo mismo que hicieron con el independentismo catalán en los años previos al procés y durante la efervescencia del nacionalismo catalán. Algunos superaron la precisa radiografía de la corrupción o tráfico de influencias con pulcritud y otros, no. De todas formas, las cloacas del estado incluso cuando no encontraron nada a lo que aferrarse para desprestigiar a tal o cual político no dudaron en inventarse directamente cuentas en Suiza o hijos no asumidos, como hicieron con Xavier Trias y Artur Mas para intentar ganar por la puerta de atrás elecciones. Y esto están haciendo ahora con el PSOE, enrabietados por la “osadía” del Gobierno central de aprobar una ley de amnistía que no gusta al Tribunal Supremo. Así de enquistadas están algunas estructuras del Estado español, que niegan el derecho democrático de los gobernantes de aprobar leyes, como es su potestad, al igual que lo es del aparato judicial hacerlas cumplir. En eso consiste el estado de derecho y la separación de poderes. Ahora, habrá que esperar para saber qué parte de las acusaciones vertidas sobre el caso Koldo y supuesta connivencia de parte del gobierno socialista en la compra de mascarillas y el pago de comisiones es verdad y qué parte es pura especulación para enfangar la acción política. Al igual que la hipotética filtración del Fiscal General del Estado de la confesión ante Hacienda del novio de Isabel Díaz Ayuso. Porque si parte de la cúpula judicial ha declarado la guerra a Sánchez, por cuestionar su imparcialidad, el PP todavía no ha aceptado que pese a tener más votos y escaños en las elecciones de julio de 2023, gobierna quien consigue la mayoría parlamentaria necesaria para investir a un presidente y desde el día 24 están intentando conseguir por tierra, mar y aire lo que les negó la ciudadanía: una mayoría suficiente para entrar en la Moncloa. Y en este clima de estercolero, el PSOE ha afrontado este pasado fin de semana su congreso en Sevilla y el resultado es claro: Pedro Sánchez fue aclamado con entusiasmo ante los 7.000 delegados e invitados asistentes a la clausura del cónclave, acompañado por su mujer, Begoña Gómez –también acogida con muestras de efusión y apoyo de la militancia–, al igual que los integrantes de la cúpula de la ejecutiva de Ferraz que han revalidado cargos, como la vicesecretaria general, María Jesús Montero, y el secretario de organización, Santos Cerdán. Es cierto que el poder une y que si Sánchez lo perdiera de bien seguro que habría más díscolos, solo hace falta mirar a ERC para darse cuenta de esta realidad, pero el sanchismo tiene un manual de resistencia a prueba de bombas y ahora tiene todavía las manos más libres para seguir negociando los presupuestos con los nacionalistas y Podemos. Un resiliente, sin duda.

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