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Los vecinos de las partidas de l’Horta de Lleida se sienten impotentes ante los continuos robos que sufren en viviendas y almacenes. Los últimos se han registrado este fin de semana, entre ellos dos en Partida Montcada donde además los autores de los asaltos han prendido fuego a las casas. No es la primera vez, porque hace un mes ladrones robaron en tres inmuebles de la partida de Boixadors y también incendiaron uno. Es otro peldaño en una escalada delictiva que provoca que los daños que sufren las propiedades sean mucho más graves y, por tanto, hace que aumente la preocupación vecinal. Como señalaron ayer las familias que residían en las casas incendiadas en Partida Montcada, los efectos van más allá de los materiales. “Te destroza la vida”, manifestó una de las afectadas. Esto sucede a pesar de que el ayuntamiento instaló una treintena de cámaras con lectores de matrícula en caminos de distintas partidas hace más de dos años, y todavía tiene previsto colocar más. Asimismo, la Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra han incrementado su vigilancia en los últimos meses. Sin embargo, los hechos demuestran que, de momento, estas actuaciones no son suficientes. Dos de los principales problemas a los que se enfrentan las fuerzas de seguridad son la gran superficie de l’Horta –nada menos que unas 19.000 hectáreas– y la intrincada red de caminos que hay en ella, lo que hace que sea muy difícil de controlar el acceso de vehículos y personas. Y un tercero, que queda fuera de su alcance directo, es la cada vez más evidente necesidad de que haya un mayor castigo para los delincuentes reincidentes con el fin de evitar que los ladrones habituales vuelvan a estar en la calle poco después de ser detenidos. Es una situación compleja para la que no hay soluciones mágicas, pero las administraciones tienen la obligación de trabajar para tomar medidas que permitan mejorar el nivel de seguridad, siendo conscientes de que garantizarla en todo lugar e instante es imposible. Primavera árabe sin frutosLa caída de Bashar al-Assad en Siria tras 14 años de guerra civil aporta otro elemento de inestabilidad a Oriente Próximo en plena crisis por la ofensiva de Israel en Gaza, sus bombardeos en el Líbano y sus escaramuzas con Irán. Además, constituye el epílogo de lo que en su día fue bautizada como “la primavera árabe”, que comportó el fin de los regímenes dictatoriales que gobernaban Túnez, Libia y Egipto. El problema es, como sucede en Siria, que han sido sustituidos por nuevas dictaduras o bien por una situación caótica como la que vive Libia desde la caída de Gaddafi, por lo que esta teórica primavera no ha dado ningún fruto.

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