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Ayer nos congratulamos de la marcha atrás de Educación a su beneplácito inicial de eliminar la literatura, catalana y castellana, como asignatura obligatoria en 2º de Bachillerato, pero la reunificación de las ciencias tampoco tiene ninguna lógica. “Es un sinsentido”, “no tiene ni pies ni cabeza” o “es una barbaridad”. Estas son algunas de las expresiones utilizadas por profesores de física, química, biología y ciencias ambientales sobre la propuesta de reforma del currículum de Bachillerato presentada por la conselleria de Educación a los centros. Esta prevé unificar física y química, por un lado, y biología y ciencias ambientales por el otro en una única materia. Los docentes destacan que, hasta hace dos cursos, cada una de estas materias de modalidad tenían 4 horas de clase a la semana, que entonces se redujeron a tres. Señalan que si este recorte ya generó muchos problemas para poder impartir de forma adecuada su contenido, especialmente las prácticas, resulta totalmente inviable que pueda darse fusionando dos materias en solo tres horas de clase. Otro aspecto en el que inciden es que este recorte se produce cuando instituciones y empresas proclaman que la formación científica y tecnológica es clave para nuestro futuro. Además, desde hace años, diversas entidades y el propio departamento de Educación están promoviendo el enfoque STEAM, que integra las disciplinas de ciencias, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas. Ante el revuelo creado, y tras rectificar con la intención de relegar la literatura catalana y castellana a materias optativas en el Bachillerato, la consellera Esther Niubó indicó que trabajarán para que estas materias de ciencias no pierdan horas de clase complementándolas con otras optativas. A falta de ver cómo se concreta, parece más bien un parche, porque si hay que complementarlas de otra forma, mejor no reducir su horario. Y como la gran mayoría de docentes, los de ciencias también reclaman el fin de los continuos cambios normativos que aplican los sucesivos gobiernos. Porque una cuestión básica debería ser evaluar la efectividad de estos cambios y, si aceptamos que el informe PISA y otros como el TIMSS son los referentes a nivel internacional, hay que concluir que el nivel de los alumnos catalanes va a menos desde hace años. Por ello, desde el sentido común no se entiende que lo que se esté haciendo es apostar todavía más por unas determinadas prácticas educativas que nos han llevado hasta aquí, cuando precisamente otros países y naciones, como Suecia, Escocia y la propia Finlandia –que hasta hace relativamente poco se presentaba como un modelo a seguir– están dando marcha atrás en las mismas tras comprobar que los resultados de sus alumnos han pasado a ser mediocres a nivel internacional cuando en los años 90 figuraban entre los mejores. Habrá que enviar a los gurús de estos cambios al rincón de pensar.

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