Pues sí, la vergüenza está cambiando de lado
El nombre de una mujer ha sobresalido, y de qué manera, por encima de los de otros personajes que tuvieron relevancia y protagonismo en el 2024, año al que dimos carpetazo hace seis días. Y ese nombre no es otro que el de Gisèle Pélicot, una mujer de aspecto frágil, pero de una valentía admirable que consiguió que la Justicia francesa condenara a 20 años de cárcel, pena máxima que contempla la legislación gala, al que fuera su esposo, Dominique Pélicot, acusado de cargos de violación agravada a su exmujer. Este individuo, que drogó y violó a su mujer durante casi una década, reclutó por internet a decenas de hombres que abusaron de su esposa mientras ella estaba inconsciente. Los otros 50 acusados recibieron penas de entre 3 y 15 años. Tras conocerse la sentencia, Gisèle Pélicot declaró que “es hora de que la vergüenza cambie de lado y que no recaiga sobre las víctimas sino sobre los violadores”. Esta frase, que ya se ha convertido en un lema de fuerza y empoderamiento, no solo lo podemos aplicar en el caso de esta heroína francesa, ya que parece que las mujeres víctimas de abusos de todos lados están perdiendo el miedo a presentar denuncias y las leridanas no se quedan relegadas. Así, según un reportaje que publicábamos ayer y a falta de cifras totales del último ejercicio, en 2023, Lleida se situó como la tercera provincia española con la mayor tasa de hechos conocidos contra la libertad sexual por cada 10.000 habitantes, con un total de 6,2, por delante del resto de provincias catalanas y solo por detrás de Baleares (8,8) y Navarra (6,9). Según el informe sobre delitos sexuales del ministerio de Interior, en 2023 se denunciaron en la demarcación 276 delitos sexuales, un 36% más respecto a un año anterior, y por tipología, cerca de cuatro de cada diez fueron violaciones, con 105 casos. Todas estas cifras han aumentado en comparación a ejercicios anteriores y evidencian que las mujeres que se sienten ultrajadas están perdiendo el miedo a hacer públicos estos abusos y a denunciarlos, obviando cada vez más el temor a no ser creídas, a la reacción de su agresor, a la vergüenza, al cuestionamiento, al hecho de no querer pasar por un procedimiento judicial revictimizante o, incluso, a la culpa. Los expertos atribuyen este cambio de tendencia a una mayor conciencia social y al auge de las redes sociales, uno de los lugares en los que las víctimas se sienten más seguras para romper su silencio. En este sentido, solo hace falta pasar por la cuenta de Instagram de la periodista Cristina Fallarás quien, en una especie de campaña al estilo me too norteamericano, ha dado voz a cientos de mujeres para que cuenten las agresiones de las que han sido víctimas, una de las cuales incluso llegó a provocar la dimisión del que fuera portavoz parlamentario de Sumar, Íñigo Errejón.