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Uno de los episodios históricos más conocidos de Austria es que fue el primer estado que se anexionó el régimen nazi alemán. El denominado Anchluss tuvo lugar en marzo de 1938 y con él Hitler incorporó a sus dominios el país donde nació. En cambio, es mucho menos conocido que buena parte de la ciudadanía apoyó activamente esta unificación y lo que comportaba. Un dato ilustrativo es que el número de austriacos que formaron parte de las temibles SS era mayor que el de alemanes en proporción a su población. Y justo ahora, cuando faltan 5 meses para que Europa celebre el 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y del nazismo, Austria está a punto de tener un canciller de extrema derecha, Herbert Kickl, líder del Partido Liberal Austriaco, que fue el más votado en las últimas elecciones, después de que el resto de partidos no se hayan puesto de acuerdo para formar gobierno. Dentro de poco más de un mes habrá elecciones en Alemania, donde todas las encuestas indican que el partido de extrema derecha AfD, que ha llegado a utilizar eslóganes nazis, se convertirá en la segunda fuerza parlamentaria, cuando no hace tanto tiempo se ponía a este país como modelo de lo que había que hacer para evitar el resurgimiento del totalitarismo. También en Centroeuropa, el gobierno húngaro encabezado por el ultranacionalista Viktor Orbán es más autocrático que democrático. Mientras, la primera ministra de Italia es desde hace más de dos años otra líder ultra, Giorgia Meloni, Holanda cuenta con un gobierno controlado por la extrema derecha desde el pasado verano y en Francia, la segunda potencia europea, la ultra Marine Le Pen parece cada vez más cerca de conseguir el poder. Todos estos partidos coinciden en que son euroescépticos y partidarios de reforzar la soberanía estatal, así que su auge resulta difícilmente compatible con lo que representa la Unión Europea. Las causas de su ascenso generalizado son múltiples, pero está claro que los ciudadanos no hemos aprendido las lecciones de la historia, igual que tampoco lo han hecho los dirigentes políticos que han regido los destinos de la UE y de sus estados miembros en las últimas décadas. Los países de la Europa occidental renacieron de sus cenizas tras la Segunda Guerra Mundial gracias en gran parte a la ayuda que facilitó Estados Unidos con el Plan Marshall, del que España quedó al margen en plena dictadura franquista. Este resurgimiento acabó cristalizando unos años más tarde en la Comunidad Económica Europea, germen de la Unión Europea. La aportación estadounidense no obedeció a motivos altruistas, sino a sus propios intereses políticos y económicos y, por desgracia, no es descabellado pensar que ahora puede suceder lo mismo con la nueva administración Trump, solo que el objetivo no será fortalecer Europa, sino todo lo contrario, y Elon Musk ya lo está demostrando.

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